Eduardo Nateras

De vida intensa y despedida plena

CONTRAQUERENCIA

Eduardo Nateras
Eduardo Nateras
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En algunas culturas, la libélula es vista como un símbolo de adaptabilidad y transformación. Si bien pueden vivir durante algunos años, su tránsito como libélulas dura apenas unas semanas. Y al pertenecer a la tierra, al agua y al aire durante su metamorfosis, suelen ser referidas como una forma de entender los ciclos de la vida.

El comparativo entre ese pequeño insecto y la existencia humana resulta pertinente en momentos como éste, en el que el confinamiento forzado nos lleva a reflexionar sobre los cambios drásticos que vivimos y el deseo de exprimirle a nuestra existencia hasta la última gota de vida y poder vivirla como lo hacíamos, acompañados de nuestra familia y seres queridos.

Durante estas circunstancias de distanciamiento probablemente hemos tenido que afrontar la pérdida de familiares o de amigos entrañables. Pasar por esa situación no ha brindado otra alternativa más que adaptar a las circunstancias, no la forma de querer, sino la de soltar y despedir. Pero quizás para algunos —con mucha sorpresa— esa adaptación forzada ha significado la oportunidad de descubrir formas de desprenderse del ser amado, que bien vale la pena mantener en la era post confinamiento.

Ante la imposibilidad de homenajes multitudinarios —de forma obligada por ahora— se trata de hacer más llevadera la partida de un ser querido, de quitar rigideces y transitar del luto en las funerarias al alegre convivio en casa; del sorbo de café desabrido a un buen trago de mezcal ahumado; de las lágrimas a las carcajadas; del largo ayuno al gozoso convite; del lamento de lo que quedó pendiente a una auténtica celebración de todo lo vivido; de llorar la muerte a festejar una chulada de vida.

Eso se hace aún más fácil si quien colgó la bota lo dejó todo en el ruedo. Lo que lleva a pensar que adoptar una filosofía distinta frente a la muerte, va de la mano con hacerlo frente a la vida. De tener muy claro que lo que se da, se da en vida; que es mejor fugaz partida que dolorosa presencia; y que más vale una vida intensa que una mustia existencia.

Algo así como la libélula, que mientras detiene su viaje y se suspende brevemente en el aire, hace sentir su presencia y deja apreciar cada uno de sus aleteos, como si estuviera en cámara lenta. Y así, mientras la contemplamos, emite destellos tornasol únicos; pero al instante siguiente, emprende rápida huida para no volver más, para dejarnos simplemente con la nítida imagen de la intensidad de sus colores mientras la tuvimos frente a nosotros.

Afrontemos la vida como si de un callejón se tratara: largo recorrido en un trayecto con una única entrada en un extremo y con una única salida en el extremo opuesto. Lo que hagamos durante ese recorrido será lo que nos defina como personas y el legado que dejaremos a quienes aún no hayan alcanzado al extremo de salida. Hagamos que ese transitar sea tan intenso como podamos. Aspiremos a ser un discreto guardián a la vez que un cercano confidente: de risa ligera pero ágil consejo, de férrea pelea pero cálido abrazo; de sólida convicción pero amable oído. Transformémonos, pues, en el escudero del callejón.