Pandemia: Contra la normalización de la tragedia

TINTA ITAM

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Tinta ITAMFoto: La Razón de México
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Hace ya más de un año de que la pandemia de Covid-19 arrasó con nuestro estilo de vida y nos sometió a un confinamiento hasta nuevo aviso. La incertidumbre y el miedo imperaban entre las familias. La llegada del nuevo virus altamente mortal y contagioso causaba un pavor inconmensurable, que el mundo entero se detuvo y la vida cotidiana perdió su sazón especial: Ciudades vacías, amistades distanciadas, amores divididos y escuela en casa. A un año de todos estos sucesos, vivimos la famosísima “nueva normalidad” que ya no se distingue tanto de la vieja normalidad.

Aunque tanto se ha dicho que “ya se aplanó la curva” o que “ya se domó al virus”, queda claro que la pandemia no se ha detenido nunca. No hubo día alguno en todo el 2020 que una persona no muriera a causa del virus. A pesar de la adversidad, los mexicanos parecían estar unidos. Un sentimiento de solidaridad recorrió al país, incitando a todos a quedarse en casa y respetar las normas sanitarias. Pero ¿cuánto duró esta unidad?

Los jóvenes hemos fallado rotundamente ante el reto. Mediante redes sociales y noticieros, hemos visto un sinfín de fiestas y reuniones abarrotadas de gente. Horas haciendo fila con sana distancia para terminar bailando amontonados y sin cubrebocas. Escuelas cerradas y una generación educativa “perdida”, pero los antros y bares en su esplendor nocturno cada fin de semana. Mientras miles de mexicanos se ven obligados a salir a trabajar, los jóvenes salimos indiferentes a perdurar el ocio que nos arrebató la pandemia.

Los médicos eran considerados los “héroes del país”, “ángeles protectores”, “valientes guerreros”. ¿Hoy dónde quedó ese reconocimiento? ¿seguimos respetando y honrando su ardua labor? Padres de familia, amigos, compañeros, fallecen cada día y para nosotros ya es lo normal. Mil muertes al día ya no nos inquieta. Y un poco más indignante es la clase política, la máxima figura de la indiferencia en México: un presidente haciendo giras, negándose a usar cubrebocas y un subsecretario saliendo a las calles infectado sin mascarilla mientras “administran” al país con más defunciones de personal de salud en el mundo.

A pesar de que al principio imperó un ambiente de solidaridad a la situación global, tal empatía decayó paulatinamente a la apatía social e individualista de la vieja normalidad. Aunque las vacunas marquen el “principio del fin, ” no podemos bajar la guardia en esta última recta. Expertos advierten que si permitimos la mutabilidad del Covid-19, la eficiencia de las vacunas puede disminuirse, alargando el confinamiento y el retorno a la normalidad. Los jóvenes debemos reconocer el daño que estamos causando al aferrarnos a nuestra vieja vida mientras que nuestros adultos mayores se encierran pavorosos y los médicos se sacrifican literalmente para salvar vidas. ¿Es con tal actitud con la que queremos un mundo mejor? ¿Es así como guiaremos el rumbo del país? Nunca está de más recordar las primeras impresiones crudas que causó la pandemia y hacer una reflexión. Pero así la “nueva normalidad”... Tanto escándalo por un cubrebocas.