Gabriel Morales Sod

Despertando

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod
Gabriel Morales Sod
Por:

Nadie sabe a ciencia cierta cuáles serán las repercusiones sociales de la recesión económica que estamos viviendo. Mientras algunos prevén el fortalecimiento de la ola xenofóbica que atraviesa el planeta por más de cinco años ya, otros creen que será contrario el efecto; es decir que vendrá un resurgimiento de la lucha social por la igualdad económica.

De lo que no hay duda es que la crisis tendrá repercusiones políticas de gran alcance: manifestaciones, revueltas, la aparición de líderes inesperados, cambios políticos súbitos, inestabilidad y transformación; fenómenos que serán inevitables. Esta semana, en Israel, pude observar algunos de los signos prematuros de la ola que se viene. Tan sólo hace dos semanas, Benjamín Netanyahu gozaba de una popularidad sin precedentes, producto de dividir y forzar al partido de centro, que a punto estuvo de quitarle el poder; sin embargo, se estableció, nuevamente, como líder supremo, sin rival. Los rumores decían que Netanyahu se estaba preparando para unas nuevas elecciones sorpresa en las que, según las encuestas, arrasaría a sus rivales, logrando obtener una mayoría que le permitiría librarse de su juicio sin pena alguna. Y entonces llegó la segunda ola. Preocupado por su supervivencia legal, Netanyahu desatendió el proceso de salida de la cuarentena; mientras hablaba de anexar los territorios ocupados, el virus, silencioso como suele ser, cobró lentamente fuerza hasta volver a inundar el país. Pronto, la esperanza de millones de regresar a la normalidad y, sobre todo, al trabajo, se fue extinguiendo. Inevitablemente, se aplazó la apertura y, por si esto fuera poco, regresaron algunas de las restricciones. Mientras Netanyahu pedía al congreso que le condonase impuestos y sus ministros preparaban el terreno para la posible elección, miles de israelíes empezaron a darse cuenta de que la fecha de caducidad de su seguro de desempleo, ese que los protegió de caer en la pobreza por unos cuantos meses, está más cerca que nunca. Los primeros en alzar la voz fueron los artistas, productores, actores. No se les hizo mucho caso. Entonces salieron los restauranteros, los dueños de los gimnasios, los bares. Y entonces comenzó el ruido. Poco a poco los ciudadanos de a pie fueron saliendo de su ensimismamiento y Netanyahu perdiendo popularidad. Cansados de la hipocresía y el cinismo político, de la inefectividad y la falta de empatía, sin importar el miedo al virus, comenzaron pequeñas manifestaciones de aquellos para quienes los ahorros ya no alcanzan. En paralelo, salieron los activistas que llevan ya años manifestándose en contra de los ataques a la democracia y el Estado de derecho. Y entonces, como una fuerza que se mimetiza, salieron miles a protestar a las calles; poco a poco queda más claro que los tintes autoritarios de Netanyahu tienen consecuencias reales, más allá de los titulares. La crisis del coronavirus ha puesto en evidencia lo que muchos ya sospechaban, que el sistema económico favorece sólo a los de arriba. Por primera vez en la historia 75 por ciento de los israelíes evalúan negativamente el desempeño de Bibi en cara a la crisis. La respuesta del gobierno ha sido la represión y la violencia policiacas, que no han logrado sino enfurecer a los manifestantes. El aire de las manifestaciones se siente distinto esta vez; sin embargo, como el virus, su evolución es impredecible.