Gabriel Morales Sod

Israel, de nuevo en el abismo electoral

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Gabriel Morales Sod
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Tan sólo un año después de que en un experimento inédito: una coalición de derechas e izquierdas, que además incluyó a un partido árabe por primera vez en la historia del país, consiguiera, por el más pequeño de los márgenes, derrocar al hasta entonces invencible Benjamin Netanyahu, Bennett, el primer ministro de Israel, anunció esta semana la disolución del parlamento y, por consiguiente, otras nuevas elecciones.

La coalición actual, que incluye a partidos de todo el espectro político, pudo formarse sólo con base en un objetivo común: detener a Netanyahu en su intento desesperado por permanecer en el poder y aprobar una serie de leyes para destrozar la democracia israelí y salvarse así de sus juicios por corrupción. Sin embargo, en el año que transcurrió desde la transición, la coalición demostró también que, más allá de la oposición a Netanyahu, es posible formar gobiernos de coalición con distintos grupos ideológicos y trabajar en temas del consenso, lo que algunos conocen como la política del “bien común.”

En tan sólo un año, el gobierno y la burocracia israelíes, paralizados por años de elecciones y por un primer ministro cuyo principal objetivo era la supervivencia política y no el bienestar del país, recobraron nueva vida. El presupuesto detenido desde hacía más de un año se aprobó; cientos de puestos ministeriales, vacantes por meses, se llenaron; el país consiguió con relativo éxito salir de la crisis de la pandemia, reducir sus déficits; y, tal vez lo más importante de todo, conseguir un año de relativa paz en el sur del país en la frontera con Gaza. Sin embargo, el gran elefante en el cuarto, la ocupación israelí en los territorios palestinos, como siempre ha sido el caso, terminó frustrando el intento de construir un gobierno distinto.

El primer y definitivo golpe a la coalición fueron los atentados terroristas de principios de este año que dejaron 19 muertos en el país. A pesar de que el gobierno pudo regresar la calma al país y evitar nuevos enfrentamientos con Hamas y en la ciudad de Jerusalén, los efectos de esta ola terrorista fueron demasiado profundos. Netanyahu y la extrema derecha supieron canalizar el temor de los ciudadanos israelíes y comenzar a presionar a parlamentarios del partido del primer ministro para dejar la coalición. Netanyahu no dudó en usar cualquier táctica para lograr su objetivo; sus secuaces literalmente acosaron a los parlamentarios, sus esposos, sus rabinos e incluso a sus hijos para tratar de quebrantarlos; después de meses de manifestaciones afuera de sus casas y de cientos de llamadas y mensajes —muchos de ellos amenazantes—, Netanyahu llegó con una atractiva oferta: en recompensa por su traición, les ofreció un lugar en la lista de su partido, puestos ministeriales, trabajos para sus allegados. Después de la primera defección era cuestión de semanas para que el gobierno cayera.

El primer ministro Bennett, de manera sorpresiva e inteligente, decidió adelantarse a Netanyahu y disolver el parlamento en sus propios términos. En un acto aún más sorprendente en un país donde la decencia política y el respeto a la palabra parecen haber desaparecido, Bennett entregará el mando del país a Yair Lapid —líder del partido de centro-izquierda más grande— y su compañero de coalición quien, según el acuerdo de rotación firmado entre ambos, se convertiría en primer ministro después de dos años. Lapid se enfrentará a Netanyahu ya no como líder de la oposición, sino como primer ministro. La maquinaria de odio y división de Bibi ya comenzaron a trabajar para regresar al poder. Sin embargo, nada está escrito. Netanyahu fue incapaz de ganar en cuatro elecciones, esta nueva elección no tiene por qué ser diferente.