Gabriel Morales Sod

¿Cómo salvar el capitalismo?

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod
Gabriel Morales Sod
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La lucha entre el capitalismo y el socialismo durante la Guerra Fría suponía, por lo menos en el discurso, una batalla entre dos sistemas económicos distintos. Los países del bloque capitalista, liderados por Estados Unidos y Gran Bretaña, se encargaron, desde la década de los setenta, de reducir el papel del Estado en la economía al mínimo.

El Estado, según ellos, debía tener meramente un papel regulatorio. Sin embargo, aunque es verdad que el papel y el tamaño del Estado se redujo en estas décadas, en realidad jamás dejó de jugar un papel central en la economía de esos países, ni siquiera en los años de más intensa liberalización.

El avance y éxito de estas economías dependió enormemente de su función, no sólo como agente regulador, sino como agente inversor. De esto escribe Mariana Mazzucato en su nuevo libro El valor de las cosas. Pensemos, por ejemplo, nos dice, en la aparición y éxito de empresas como Facebook, Uber y American Airlines. En primer lugar, el Estado invirtió de forma indirecta presupuestos exorbitantes en la infraestructura que permitió el avance de estas industrias y en el sistema educativo que preparó a sus futuros trabajadores.

En segundo lugar, el financiamiento público de cientos de proyectos conllevó a la creación de tecnologías como el Internet o del GPS, que se convirtieron en la base para estas industrias, y participó, no pocas veces, como inversionista directo, en vez de hacerlo a través de subsidiarios o instituciones gubernamentales secundarias.

Por si esto fuera poco, el Estado, crisis tras crisis, terminó salvando a cientos de empresas de la quiebra. Es decir, que nuestro dinero, el dinero de los contribuyentes, se utilizó para construir infraestructura y proveer inversión para garantizar el avance de estas industrias y, lo que es más importante, socializando (dividiendo) entre todos los contribuyentes el enorme riesgo que toman estas empresas.

American Airlines, por ejemplo, sabe que cuando esté en crisis, el Estado (es decir, nosotros) terminaremos salvándola. El papel del Estado en la formación y protección de estas empresas ha permitido la creación de miles de empleos y el avance de la economía. Cierto. Sin embargo, resulta paradójico que a cambio de esta inversión masiva no obtengamos mucho a cambio.

Para cambiar el sistema debemos reconocer primero que no existe tal cosa como el libre mercado y que el éxito de estas empresas se debe no solamente a la generosidad del Estado, ni al ingenio de sus creadores, sino gracias, principalmente, a la inversión pública (es decir, a nosotros). Una vez que esto quede claro, cabe entonces preguntarnos, ¿qué es lo que merecemos a cambio?

El Estado, como cualquier otro inversor privado, tiene que aprender a exigir retornos a su inversión. Una primera forma es aumentando la recaudación de impuestos de las grandes empresas beneficiarias. La lógica es sencilla, ustedes ganaron con la inversión del Estado, ahora es momento de regresar parte de esta inversión.

Lo segundo que debe suceder, y que se ha vuelto particularmente necesario por la situación actual, es que el Estado debe exigir no sólo condiciones, sino retornos por la inversión que está haciendo para salvar a estas empresas por la crisis del coronavirus. Pensemos en un agente privado. Si un banco o un inversor decidiera prestar miles de millones a una empresa en tiempos de crisis, no solamente exigiría que este dinero se devolviera, sino que cobraría intereses o se volvería accionista en ella.

¿Por qué los contribuyentes tienen que salvar a estas empresas, cuando éstas tienen enormes ganancias y los dividendos quedan únicamente en manos de sus dueños? ¿Por qué los riesgos se socializan y las ganancias no? Esto no implica que el Estado se convierta en el dueño de las empresas, sino que funcione como un agente más en la economía capitalista. Es tiempo de terminar con la mentira del neoliberalismo. Si el Estado es el principal inversor, ha llegado la hora de cobrar sus dividendos.