Gabriel Morales Sod

La tragedia de los soldados rusos

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Gabriel Morales Sod
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Esta semana, cientos de soldados rusos murieron en un bombardeo del ejército ucraniano a un edificio en la ciudad de Makivka, en el este de Ucrania. El edificio, en donde se encontraba un batallón completo del ejército ruso, albergaba también de manera insólita material explosivo, convirtiendo el bombardeo ucraniano en uno de los eventos más letales de la guerra ¿Por qué el comando ruso decidió ubicar a cientos de soldados juntos, en un edificio no fortificado y lleno de explosivos, al alcance del fuego ucraniano? La respuesta no es sino el desdén del liderazgo político y militar ruso por sus propios ciudadanos, que se han convertido en carne de cañón de una guerra imposible de ganar, para alimentar las ambiciones y compensar por los errores de un líder sin escrúpulos. Estos “soldados”, jóvenes sin entrenamiento militar, fueron peones de una maquinaria de poder que en el nombre de la “defensa de las minorías rusas” en Ucrania y de la “soberanía rusa” ha sacrificado ya la vida de más de 100 mil rusos.

Los más de 100 soldados (400, según el ejército ucraniano) que perdieron la vida llegaron al frente de la ciudad de Samara que se localiza en el centro de Rusia, son parte de los 300,000 hombres que se unieron a las filas del ejército desde la declaratoria de conscripción general en septiembre del año pasado. Semanas antes de la declaración de la conscripción general, la inteligencia occidental estimó que esta operación era improbable. El ejército ruso, diezmado por sus derrotas en Kiev y Járkov, había demostrado una inmensa incapacidad logística, baja moral y no contaba con la infraestructura suficiente no sólo para entrenar soldados, sino para comandarlos en el campo de batalla. Ante tales obstáculos, ¿qué fue lo que decidió Putin? Reclutar una obscena cantidad de personas y mandarlas al campo de batalla sin entrenamiento militar alguno, sin equipo y uniformes suficientes y, en algunas ocasiones, sin alimento.

La estrategia, como era de esperarse, no dio resultado, y el ejército ruso tuvo importantes pérdidas en el sur del país, y ha sido incapaz de avanzar en el este. La moral es tan baja que ha sido difícil para los pocos comandantes aún vivos gobernar a sus propias tropas. Muchos soldados se hacen los perdidos y utilizan la falta de comando para alejarse de un campo de batalla que promete sólo la muerte. Para obligar a sus soldados a combatir, el ejército ha decidido concentrar batallones enteros, a pesar del riesgo que esto implica.

La respuesta del ejército ruso ante el desastre simboliza perfectamente el mensaje del Kremlin para su pueblo: el ejército, en vez de asumir responsabilidad, culpó a los soldados por usar teléfonos celulares y así delatar su posición. Después del ataque, pensando en la miseria y el dolor de las familias rusas de estos hombres que perdieron la vida en vano, recordé los testimonios de los soldados rusos y sus familias sobre la invasión rusa a Afganistán en el libro Los Chicos de la Guerra de Svetlana Alexievich. El trauma, el dolor, la incomprensión de un juego geopolítico atroz y sin sentido. “Aún recuerdo —relata uno de los entrevistados de Alexievich— la manera en que un joven de unos veinte años gritó, ‘no quiero escuchar más sobre errores políticos, simplemente no quiero. Denme mis dos piernas de regreso si todo fue un error’”.