La hipocresía de la anexión

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

GABRIEL MORALES SOD
GABRIEL MORALES SOD
Por:
  • Gabriel Morales Sod

Benjamin Netanyahu es el primer ministro más longevo en la historia de Israel; sin embargo, a pesar de haber estado más de una década y media en el poder, en ningún momento decidió cumplir el sueño de la derecha israelí y anexar a los territorios ocupados al Estado de Israel.

Las razones son varias. En primer lugar, Bibi sabe que la anexión tendrá consecuencias en las relaciones internacionales del país, hay quienes hablan incluso de sanciones por parte de Alemania y otros países de la Unión Europea. En segundo lugar, Estados Unidos, por lo menos hasta antes de la victoria de Trump, se opuso siempre a la anexión; sin el visto bueno de Washington, Bibi sabe que no puede avanzar.

No obstante, existen razones internas aún más o igual de poderosas. Los asentamientos israelíes no se encuentran en un vacío, es decir, que de anexarse territorios se tendría que incorporar a cientos de miles de palestinos a Israel. Darles ciudadanía implicaría el fin de Israel como un Estado mayoritariamente judío; no otorgárselas implicaría el inicio de un régimen de apartheid, donde ciudadanos de un mismo país tienen distintos derechos políticos.

La solución que Netanyahu y Trump plantearon es anexar solamente aquellas partes donde viven predominantemente ciudadanos israelíes. Esto implicaría para Netanyahu una victoria entre algunos de sus seguidores y, siempre y cuando no se anexen partes con pobladores palestinos, parecía tener el visto bueno de la Casa Blanca. No obstante, Netanyahu se encontró pronto con un grupo opositor inesperado: la extrema derecha y los colonos, aquellos que por años han añorado la anexión. Resulta que para ellos, no basta con anexar algunos de los asentamientos más grandes, se tiene que anexar todo el territorio. Esto por supuesto es una fantasía. Sin embargo, guiados por su fe religiosa, y la idea de que los judíos tienen que regresar a la tierra bíblica de Israel, el pragmatismo no es la moneda fuerte de los colonos.

Aún peor, entre las condiciones que la administración Trump puso para aceptar la anexión se encuentra el establecimiento (o por lo menos aceptar la idea) de un Estado palestino en lo que queda del territorio. Esto por supuesto es inaceptable para los palestinos, pues implicaría aceptar un Estado no contiguo y ceder casi todo a cambio de poco. Aún así, esto le es insuficiente a los colonos.

Netanyahu se encuentra ahora en una enorme disyuntiva, si no lleva a cabo la anexión incumplirá su más importante promesa de campaña y frustrará su deseo de tener un sello histórico en el futuro del mapa del país, como lo tienen varios otros primeros ministros. No obstante, si se lleva a cabo su plan corre el riesgo de perder el apoyo de un importante sector de la derecha.

Quedan entonces dos opciones, que se haga una anexión muy reducida, no simbólica, pero tampoco un terremoto que cambie las reglas del juego, o culpar a sus rivales políticos que se encuentran con él en un gobierno de coalición e ir a elecciones, sí, de nuevo. Netanyahu siempre supo que la anexión era un plan sin dientes y con serias consecuencias; es por esto, y no por cualquier otro de los pretextos que citó durante años, que los tratados de Oslo de 1995 siguen en pie, décadas después de que Netanyahu prometió acabar con ellos.