Guillermo Hurtado

El año de Dante Alighieri

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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Este año celebramos el séptimo centenario del fallecimiento de Dante Alighieri. Aunque su producción literaria no se reduce a la Divina comedia, esta obra admirable es la que le ha ganado un sitio privilegiado en la historia universal.

A pesar de las limitaciones impuestas por la pandemia, en Italia se han organizado numerosos actos para rendir homenaje a Dante: habrá exposiciones, publicaciones y conferencias a todo lo largo del año. El Consejo de Ministros decretó que el 25 de marzo se celebre el día nacional del poeta. En su reciente carta apostólica Candor lucis aeternae, el papa Francisco también ha invitado a los feligreses a leer la Divina comedia como una de las grandes obras del intelecto humano, pero, también, de la mentalidad cristiana. La recomendación papal es muy oportuna porque me da la impresión de que a Dante ya casi no se lo lee, ni entre los católicos ni entre los no católicos.  

Mi primer encuentro con la obra de Dante no fue literario sino visual. En mi casa había un viejo ejemplar de la Divina comedia ilustrado por Gustave Doré. Cada vez que me vuelvo a encontrar con uno de esos grabados no dejo de transportarme a mi infancia, cuando pasaba largo rato examinando cada una de esas láminas. Me impresionaban las tenebrosas representaciones del infierno, pero también las del paraíso, que no me parecían menos impactantes. Cuando, varios años después, me atreví a hacer una lectura completa del libro, en la traducción de Ángel Crespo, me resultó difícil separar las figuras literarias del texto de las imágenes pictóricas de Doré que se habían quedado grabadas en mi memoria.  

¿Cuáles son las dificultades que plantea el texto de Dante al lector contemporáneo? Una de ellas, ya señalada por Benedetto Croce en un famoso estudio, es lo pesado que resulta, hoy en día, el alegorismo de Dante. Los occidentales hemos de dejado de pensar en términos de alegorías y por ello —hay que decirlo— se ha empobrecido nuestra imaginación y nuestra inteligencia. Ligado a lo anterior, el didactismo moral en el que a veces incurre Dante también deja mal sabor de boca a los lectores malcriados de nuestros días. Otra dificultad es que los personajes históricos y mitológicos que desfilan por la obra de Dante resultan desconocidos para la enorme mayoría de los lectores. Este problema, sin embargo, se corrige con un adecuado cuerpo de notas al texto.  

Quizá la mayor dificultad para acercarse a la Divina comedia no sea lingüística o contextual sino conceptual e ideológica. El presentismo contemporáneo ha privado a los occidentales de una visión escatológica. Los lectores de la Divina comedia no se ven reflejados en los personajes que en ella aparecen. No conciben de esa manera su destino. La leen como si fuera una fantasía cualquiera.

Como se ha señalado en varias ocasiones, la mayoría de los lectores se quedan en el Infierno y no siguen con el Purgatorio y el Paraíso. Gusta el Infierno por el placer morboso de conocer los castigos que inventa Dante a los pecadores de distinta calaña. Pero las expiaciones de las almas en el Purgatorio y sus bendiciones en el Paraíso les resultan aburridas. Quizá el poema más afectado por este desinterés sea el Purgatorio. Cada vez hay menos conciencia del purgatorio como un espacio intermedio entre la tierra y el cielo. La cultura popular contemporánea, no sólo la atea sino también la cristiana y, en especial, la de inspiración protestante, ya no tiene paciencia para el purgatorio. Los seres humanos nos hemos vuelto muy drásticos a la hora de pensar en el más allá: o bien imaginamos el infierno o bien el paraíso, pero ese compás de espera que es el purgatorio nos parece innecesario, aburrido, artificioso.  

No faltan quienes no sólo quieren prescindir del purgatorio sino también del infierno. Hay una tendencia, cada vez, más poderosa —dígame usted si me equivoco— de exigir boleto directo al cielo para todos por igual, como si fuera uno más de los derechos humanos.  

Hay que leer y releer a Dante para que no caigamos en las simplificaciones que ahora nos dominan. El infierno, el purgatorio y el paraíso tienen sus equivalentes en esta nuestra existencia terrena. Pensar en serio acerca de ellos nos permitirá entender mejor nuestro aquí y ahora.