Guillermo Hurtado

Circo, corrupción y relajo

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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Los videos y denuncias que se han dado a conocer en días recientes son la comidilla del día. Confirman —¡una vez más!— lo que todos saben: que la clase política mexicana está hundida en el fango. No hay para donde voltear. Indigna que nadie asuma sus culpas. Todos se declaran inocentes. Todos se manifiestan indignados. Todos dicen ser honrados. Si les creciera la nariz por mentir, traerían un palo de escoba pegado a la cara. No dudo que haya excepciones. Y no me refiero al que robó poquito del erario, cuando pudo haber robado más, al que se aprovechó poquito de su cargo, cuando pudo haberse servido con la cuchara grande. Pienso en políticos y funcionarios en verdad honrados. Pero las excepciones, si las hay, son tan escasas que no tienen suficiente peso para cambiar las cosas. Ni siquiera desde lo alto de la escalera.

No nos hagamos guajes. La corrupción de la clase política mexicana no es una isla a la mitad del océano. Es parte de un entramado en el que participan otros sectores de la sociedad: empresarios, comerciantes, funcionarios, intermediarios, periodistas. La corrupción está extendida. Sin embargo, eso no significa que todos los mexicanos sean corruptos. A decir verdad, la sociedad mexicana, en su conjunto, es víctima de la corrupción que beneficia a unos cuantos. Y es que la corrupción es un acto de injusticia. Peor aún, es una injusticia que siempre beneficia a quien más tiene. En un sistema corrupto, el más rico vencerá al más pobre, el que tiene más amistades poderosas vencerá al que tenga menos amistades de este tipo, el que sepa vender sus atributos personales vencerá al que tenga menos atributos de esa naturaleza. La corrupción ahonda las diferencias porque se alimenta de ellas. No puede haber justicia, repito, en un régimen corrupto.

El filósofo Jorge Portilla definió al relajo como una “suspensión temporal de los valores”. El relajo sucede cuando un grupo de personas, de repente y sin planearlo, rompe con el orden establecido para divertirse. El exgobernador de Veracruz, un vulgar delincuente, tuvo el cinismo de burlarse de las declaraciones filtradas en las que se dice que él le regaló un automóvil marca Ferrari al expresidente Peña Nieto. Los únicos Ferrari que él dice conocer son unas personas con ese apellido. El exgobernador echa relajo junto con sus compinches. Se burla de la decencia. Muchos mexicanos, en vez de indignarse, se ríen de su bufonada en las redes sociales. Como en el salón de clases, cuando el maestro sale por unos instantes, vuelan lápices y gomas y bolitas.

Portilla examinó el fenómeno del relajo para hacer una crítica moral de la realidad mexicana. Su diagnóstico sigue siendo válido. En el siglo pasado se pensó que la corrupción acabaría cuando hubiera democracia. Pues bien, logramos construir un tipo de democracia formal y, sin embargo, lo que se demostró que es la corrupción no desapareció, por el contrario, se hizo más sofisticada, más sutil, más efectiva. El sistema de una democracia representativa liberal que se diseñó el siglo pasado acabó por convertirse en una partidocracia mafiosa. Quienes critican, no sin razones, el régimen actual, no pueden, si quiere se les tome en serio, pedir que volvamos al estado de cosas anterior.

México se encuentra en una encrucijada. La democracia deseada se le deshace como un castillo de arena por efecto de las marejadas. Lo que tenemos que entender, de una buena vez, es que la democracia sin moral pública no sirve. La democracia robusta no es un sistema político, es un sistema de vida. ¡Qué lejos estamos de alcanzarla! Mientras tanto, seguimos muy entretenidos con el espectáculo grotesco de la política nacional. La farsa en el escenario se contagia al auditorio. El relajo se apodera de nuestras conciencias. Tal parece que ya no hay posibilidad de efectuar una crítica sólida. Las diferencias se borran. Da lo mismo ser honrado o ser ladrón.

Portilla señalaba que el relajo no puede ser indefinido. Llega un momento en que acaba. Las luces se vuelven a prender, la clase se reanuda, los gritos se paran. Entonces nos enfrentamos a la cruda realidad. Cada vez que eso sucede, descubrimos que nos volvemos más miserables. La resaca moral es insoportable.