Guillermo Hurtado

El Dante de Gómez Robledo

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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En mi artículo del sábado anterior enumeré algunas de las dificultades que puede encontrar el lector contemporáneo con la lectura de la Divina comedia. Para disfrutar y entender cabalmente esta obra maestra, ayuda contar con un guía que nos acompañe en la lectura, así como Dante fue conducido por Virgilio en su recorrido por ultratumba. Pues bien, no hay mejor guía para un lector mexicano de la Divina comedia que Don Antonio Gómez Robledo.

En su magistral libro Dante Alighieri (UNAM, México, 1975, dos tomos) el humanista tapatío nos ofreció no sólo un estudio sobre la vida y la obra entera del poeta, sino, un análisis redondo de la Divina comedia. Gómez Robledo redactó su Dante Alighieri en la cima de su madurez, cuando ya había escrito obras mayúsculas sobre la filosofía clásica y había dedicado varios años al estudio del pensamiento y la poesía del genio florentino durante su encargo como embajador de México en Roma. No es el estudio de Gómez Robledo un resumen o simplificación de la Divina comedia. El humanista mexicano escribe para un público culto que sea capaz de comprender sus observaciones filosóficas, teológicas, históricas, lingüísticas y poéticas. Quienes tengan la fortuna de seguirle el paso, encontrarán en su elegante discurso una fuente abundante de observaciones eruditas, inteligentes y reveladoras.

Sin embargo, en ningún momento peca Gómez Robledo de erudición vanidosa. Hay momentos, los más íntimos de su libro, en que el autor se deja llevar por la emoción ante ciertos pasajes de la Divina comedia. Por ejemplo, cuando narra lo sucedido al desdichado del Conde Ugolino della Gherardesca, Gómez Robledo no puede ocultar su consternación ante esos sucesos reales que relata Dante en su Infierno.

La lectura que hace Gómez Robledo de la Divina comedia no se somete a las exigencias del academicismo más acartonado. No hay en su libro notas al pie, referencias bibliografías o índice de temas. Su lectura es personalísima. No nos oculta el humanista mexicano cuáles son los temas que a él más le interesan, le preocupan o le intrigan. Gómez Robledo da una cátedra al lector de su libro, pero también conversa con él como si tuviera la confianza de confiarle sus preocupaciones existenciales y espirituales. Por ello, con la lectura de su Dante Alighieri no sólo aprendemos de la vida y obra del florentino, sino también de los pensamientos y sentimientos más profundos del insigne jalisciense.

Muestra del sincero candor de Gómez Robledo es el interés que manifiesta en la comparación entre el purgatorio y la tercera edad del hombre. La vejez, nos dice, es la oportunidad que nos regala la vida para poder borrar de nuestra frente el sello de los siete pecados capitales de la lujuria, la gula, la acidia, la avaricia, la ira, la envidia y la soberbia.

Don Antonio nunca ocultó la cruz de su parroquia. Siempre escribió como un intelectual católico. Ello no obsta para que exprese con toda libertad sus opiniones, no siempre positivas, acerca de la Iglesia, del dogma y de la religión misma. Gómez Robledo nos rescata al Dante católico que se ha ido perdiendo en la crítica academicista o simplemente agnóstica. El Dante de Gómez Robledo es el Dante entero, no su versión deslactosada. Gracias a ello, su lectura del Purgatorio y, sobre todo, del Paraíso, resulta tan rica y, además, tan instructiva. Gómez Robledo conoce a la perfección el pensamiento católico medieval, en particular, la filosofía de Santo Tomás de Aquino, en la que está fundada la obra de Dante. El camino a las alturas del paraíso, afirma Gómez Robledo, se recorre mejor con la fe más ilustrada. Sin embargo, el mexicano subraya que la Divina comedia no es sólo una exhibición de alta poesía y de hondo pensamiento teológico, sino, por encima de todo, una escuela de vida cristiana. Dante pretende que cambiemos nuestras vidas para bien por conocer de antemano las miserias del infierno, las tareas del purgatorio y la bienaventuranza del paraíso.

José Vasconcelos pensó que todos los mexicanos debíamos leer la Divina comedia. Por eso, en 1921, mandó imprimir miles de ejemplares de esa obra. Con su estudio sobre Dante, de 1975, Gómez Robledo enseñó a los mexicanos cómo leer con deleite y provecho aquel poema extraordinario.