Guillermo Hurtado

Deshumanización y maquinización

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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Desde la prehistoria, los seres humanos nos hemos preguntado cuál es nuestro sitio en el cosmos. Una respuesta antiquísima es que, aunque tengamos algo de animales, no somos animales y, aunque tengamos algo de dioses, no somos dioses. Somos algo intermedio y, por eso mismo, misterioso. De un tiempo acá, el extraordinario desarrollo de la tecnología, nos ha obligado a replantear la pregunta: ¿Qué somos ahora en relación con las máquinas? ¿Cuál es nuestro futuro con ellas?

Abordaré estas interrogantes prestando más atención a los verbos que a los sustantivos. En vez de reflexionar sobre la supuesta esencia del ser humano, lo haré sobre los procesos de humanización y deshumanización.

La historia de la humanidad es la historia de la humanización permanente del homo sapiens. Una historia con proezas maravillosas, pero también con crímenes espantosos. Uno de ellos es la deshumanización que hemos cometido repetidamente en contra de nuestros congéneres. Si la deshumanización fue entendida durante siglos como una animalización, a partir de la modernidad comenzó a describirse como una maquinización.

Definamos a una máquina como un artefacto que ejecuta una tarea dentro de un proceso sistematizado. Maquinizar algo, entonces, es tratarlo como una máquina. Visto así, se puede maquinizar casi cualquier cosa. A la planta de maíz se la maquiniza cuando se la trata como máquina de mazorcas. A la vaca, cuando se la trata como máquina de leche. Al obrero industrial, cuando se le trata como máquina asalariada. Al académico universitario, cuando se lo trata como máquina de artículos especializados. El humano maquinizado es el engranaje perfecto dentro de un sistema cuyos procesos, fines y beneficios le son ajenos.

La maquinización, entendida así, deshumaniza, ya que constriñe la individualidad, restringe la libertad, limita la autonomía, aplasta la creatividad y nos condena a una rutina carente de sentido. Puestas así las cosas, todo indica que deberíamos aceptar el siguiente imperativo como una norma de la ética: No tratarás a un humano como a una máquina.

Para examinar con más detalle las razones a favor y en contra de esta norma, hay que ir más allá de la definición de máquina que dimos antes. A lo largo de la historia pueden distinguirse tres tipos de máquinas que han tenido distintos efectos en la humanidad.

Durante miles de años las máquinas nos ayudaron a realizar labores cotidianas; por ejemplo, el molino de viento, que facilitaba la molienda de granos, o la rueca, para hilar fibras. Esto cambió con la Revolución Industrial. Como señaló Heidegger, la máquina moderna es muy distinta de la máquina antigua. La máquina antigua era comprensible para cualquiera, pasaba largos ratos inactiva, era dócil, inocua. La máquina moderna, en cambio, nos da miedo, su actividad es incesante, su poder puede ser gigantesco y su complejidad llega a ser impenetrable. La máquina antigua parecía un animal doméstico. La máquina moderna, un monstruo. En la Antigüedad, la máquina estaba al servicio del hombre, en la Revolución Industrial el hombre se puso al servicio de la máquina. El obrero se convirtió en una pieza del sistema de producción. La alienación, descrita por Marx, no sólo consiste en la separación entre el hombre y el producto de su trabajo, sino en el desacoplamiento entre el individuo y el proceso de la producción. En su película Tiempos modernos, Chaplin retrató magistralmente los efectos del maquinismo industrialista: por una parte, la condena a un trabajo repetitivo frente a la cadena de producción y, por la otra, las largas filas de desempleados que peleaban por un pan. El maquinismo fue responsable del que quizá sea el acto más terrible de deshumanización. En los campos de concentración nazis, los seres humanos se convirtieron en materia prima de un proceso sistematizado de segregación, eliminación y aprovechamiento de cuerpos. No obstante, por todas partes, la propaganda oficial pintaba un escenario muy distinto. El maquinismo se describía como el medio para la liberación del ser humano. Gracias a las máquinas, las personas podían vivir mejor y tener más tiempo para dedicarse a actividades de aprendizaje y recreación. En el siglo anterior, los capitalistas y los comunistas coincidieron en este punto. Todavía al día de hoy, ése sigue siendo, en esencia, el mensaje transmitido: gracias a las máquinas, somos más felices. Mientras más poderosas, sofisticadas y accesibles sean, la humanidad alcanzará mejor sus fines.