Guillermo Hurtado

Sin huellas dactilares

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Los viejos libros de anatomía afirmaban que las huellas dactilares son perennes —duran toda la vida—, inmutables —no cambian— e irrepetibles —no existen dos iguales—.

Con base en esta doctrina científica, se desarrolló un método de identificación biométrica por medio del dactilograma. En el siglo pasado, uno mojaba las yemas de los dedos en un colchoncillo de tinta e imprimía las huellas en un papel oficial. Hoy en día, existen máquinas computarizadas que leen las huellas desde una superficie y proceden, de inmediato, a realizar la identificación personal. En México, hay varios trámites burocráticos que exigen identificación dactilar, por ejemplo, los bancos piden este procedimiento a sus clientes para realizar varios servicios.

Quienes inventaron las maquinitas de identificación dactilar y quienes impusieron este método como requisito para llevar a cabo algunos trámites en los bancos mexicanos pasaron de largo un dato: es falso, rotundamente falso, que las huellas dactilares sean perennes. Estudios científicos recientes muestran que un porcentaje muy significativo de las personas de la tercera edad pierden su dactilograma: a mayor edad, mayor probabilidad de que desaparezca, sobre todo entre las mujeres. Tal es el caso de mi padre, de noventa años, a quien acompañé, la semana anterior, a realizar un trámite en una sucursal bancaria.

Lo que requería mi padre era algo muy sencillo: cambiar el número telefónico al que está ligada su tarjeta de crédito. Cuando llegamos a la sucursal, él presentó su credencial de elector vigente y, entonces, le pidieron que marcara las huellas de sus diez dedos en una máquina de identificación del dactilograma. La prueba no funcionó. El ejecutivo bancario le pidió que fuera marcando una por una las yemas de sus dedos en la pantalla lectora, para detectar en cuál de ellas todavía había huellas visibles. Después de casi una hora de intentar con cada uno de sus dedos, se dieron por vencidos. Ninguno de los dedos de mi padre —¡absolutamente ninguno!— preserva su dactilograma. En consecuencia, no se pudo realizar al cambio de número telefónico solicitado. Lo absurdo es que en ningún momento hubo duda de la identidad de mi padre. El problema no era ése, sino la norma absurda de que no pudiera completarse su identificación sin realizar la impresión dactilar.

Hoy en día contamos con otros métodos de identificación biométrica: por los ojos, el rostro, la voz, pero ninguno de esos recursos se pudo utilizar en el caso de mi padre, ya que el único método aceptado legalmente es la identificación dactilar.

Mi padre salió del banco humillado. No es justo que sólo por ser una persona de la tercera edad tuviera que haber pasado por ese rechazo injustificado. Me parece, incluso, que estamos ante lo que bien podría tomarse como una discriminación violatoria de sus derechos humanos. Hago un respetuoso llamado a las autoridades para que cambien esta situación.