Guillermo Hurtado

Los nombres epicenos

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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Amélie Nothomb es una de las figuras más destacadas de la literatura en lengua francesa. En sus apariciones públicas, la autora siempre va vestida de negro, ataviada con un sombrero del mismo color y bebe una copa de champán. Su facha es extravagante pero su conversación es ágil, inteligente y graciosa.

La escritora belga publica una novela por año desde 1992. La de 2019 fue Soif, que apareció, como toda su obra, en la editorial Albin Michel. Este libro, como casi todos los suyos, fue un éxito de ventas. Además, fue considerado para recibir el premio Goncourt. Sin embargo, el galardón no fue para ella sino para el escritor Jean-Paul Dubuois. Si no me equivoco, ésta es la tercera ocasión en la que Nothomb ha perdido el Goncourt, máximo reconocimiento de las letras francesas. Podemos suponer que tarde o temprano lo obtendrá, ya que, como dice el refrán, “tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe”.

Nothomb es hija de una distinguida familia belga. Su padre era diplomático y, por ello, durante su infancia y juventud, habitó en numerosos países. Nació en Japón, en donde vivió hasta los cinco años. Luego fue a China, en donde fue muy infeliz porque extrañaba su hogar nipón. La relación de Nothomb con el Japón es muy especial. En su novela de corte autobiográfico Metaphysique des tubes de 2000 (Metafísica de los tubos, Anagrama 2001), cuenta la historia de una niña belga de tres años que vive en ese país asiático y que tiene que enfrentar a su familia y encontrar el punto de partida de su propia personalidad.

En su extraordinaria novela de 1999, Stupeur et tremblements (Estupor y temblores, Anagrama, 2004), también autobiográfica, cuenta la historia de una joven belga que vivió de niña en Japón y que regresa para trabajar como traductora en una gran corporación. El enfrentamiento de la protagonista con el rígido mundo de las oficinas japonesas es terrible. La chica acaba degradada a trabajar dentro de los sanitarios, humillada por sus superiores y despreciada por sus compañeros. Para salvaguardar su honor, la muchacha no renuncia.

Los personajes de las novelas de Nothomb son raros, excéntricos, dominados por sus obsesiones. Los antagonismos son el eje sobre el cual gira la narración. Enfrentamientos entre amantes, amigos, parientes que nos hacen ver las complicaciones absurdas de la convivencia humana.

Aquí quisiera decir algo sobre Los nombres epicenos, novela de 2018, que apareció traducida al español este año por la editorial Anagrama, Nothomb cuenta la historia de una venganza muy peculiar. Jean-Louis es un bueno para nada que está enamorado de Reine. Ella lo deja para casarse con un ejecutivo que la llevará a vivir a París. Jean-Luis decide convertirse en un hombre exitoso para que Reine se dé cuenta de su injusto error. Para ello, utiliza a una víctima: Dominique, una muchacha hermosa pero insegura con quien se casa y quien le sirve como una plataforma para ascender en el mundo de los negocios. La pareja, que se muda a Paris, tiene una hija con un nombre extraño: Épicène. Un nombre epiceno es uno que puede llevar un hombre y una mujer, como, por ejemplo, René o Refugio. Épicène es una niña superdotada que odia a su padre y que muy pronto se da cuenta de que él no las ama, ni a ella ni a su madre. Jean-Luis utiliza a Dominique para reencontrarse con Reine. Cuando la vuelve a ver le echa en cara que lo haya dejado por otro, cuando él había sido capaz de alcanzar el mismo nivel social que ella.

Los nombres epicenos se lee de una sentada. Es un libro veloz, semejante a un programa de televisión, no sólo por el ritmo acelerado sino por la simplicidad de la narración, lo estereotipado de sus personajes y la resolución efectista de la trama. Casi podríamos decir que esta novela —de la extensión de un cuento largo— es una especie de borrador, o para usar la palabra que parece más adecuada, de sketch de una narración más desarrollada.

No me parece que sea una de sus mejores novelas —no las he leído todas, lo admito— pero no por ello deja de tener las virtudes características de la escritura de Nothomb.