Guillermo Hurtado

¿Cómo es el paraíso?

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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Después de que el pensamiento moderno decretara la muerte de Dios, nos quedamos en ascuas frente a la muerte. La filosofía de Martin Heidegger es quizá la expresión más acabada de la reflexión del sujeto moderno sobre este tema. Somos “seres para la muerte”, declaraba el filósofo alemán, y esa condición existencial nos determina. Un corolario de la ontología heideggeriana es que la idea de ultratumba no puede tener cabida en la razón moderna y, por lo mismo, ni el infierno ni el paraíso pueden tomarse en serio.

Sin embargo, la modernidad ha encontrado la manera de retomar las ideas del infierno y del paraíso como metáforas de aspectos de la vida terrena. No son, por supuesto, el infierno y el paraíso stricto sensu, que suponen la existencia de Dios, sino pseudo-infiernos y pseudo-paraísos que se conciben desde una perspectiva atea.

Por ejemplo, en su obra de teatro “A puerta cerrada”, Jean Paul Sartre describió un inquietante pseudo-infierno sin demonios para exponer su concepción acerca de la existencia colectiva. Sin embargo, la mayoría de los pseudo-infiernos que se nos ofrecen en la literatura contemporánea son compilaciones frívolas de las desgracias que conocemos en nuestra vida. Los males de estos pseudo-infiernos son los mismos que los de la vida terrena, pero más concentrados. No importa que Dios esté ausente de esos escenarios, lo único relevante es que los sufrimientos sean eternos. De manera semejante, hay descripciones del pseudo-paraíso como una especie de hotel de lujo, amueblado con nubes algodonadas, en donde las almas se dedican a descansar, escuchar música y disfrutar de la compañía de sus seres queridos, como si disfrutaran de unas vacaciones ad aeternum. En estos pseudo-paraísos no importa que Dios esté por presente, lo único que vale son los goces permanentes.

En su Divina comedia, Dante Alighieri pintó un majestuoso mural que todavía nos impacta. De la misma manera en la que él describe el infierno y el purgatorio en varios niveles y compartimentos, representó el paraíso con diversas esferas. Dante asume de manera literal que el paraíso es celestial e imagina que tiene nueve esferas. Las primeras siete de ellas corresponden con los cuerpos que, según la astronomía ptolemaica de su tiempo, giraban alrededor de la tierra: la Luna (hogar de los indecisos), Mercurio (los ambiciosos), Venus (los amantes), el Sol (los sabios), Marte (los soldados de la fe), Júpiter (los buenos gobernantes) y Saturno (los contemplativos). La octava era de las estrellas fijas (las tres virtudes teologales). La novena era la del Primer Móvil. Más allá de esa esfera está el Empíreo, que no es espacio temporal y es donde se encuentran Dios y los ángeles. Dante adopta esta división del paraíso de la teología escolástica de su época. Su contribución fue presentar esta doctrina en versos de extraordinaria belleza.

Es evidente que hoy en día no podemos seguir al pie de la letra a descripción tan detallada que hace Dante del paraíso, no sólo porque la astronomía ptolemaica es falsa, sino porque la teología medieval en la que está basada su estratificación nos resulta difícil de aceptar. La mayoría de los católicos de hoy diría que el paraíso no es un lugar físico, es decir, que se reduce al Empíreo y que ahí conviven todas las almas bienaventuradas sin distinciones de ningún tipo. Nuestro problema es que no disponemos de conceptos ni de categorías que nos permitan comprender cabalmente un paraíso sin espacio, sin tiempo y sin nada que se parezca a las cosas del mundo. La Iglesia de Roma acepta que el paraíso es un misterio. El catecismo de la Iglesia afirma que: “Este misterio de comunidad bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo, sobrepasa toda comprensión y toda representación” (1027).

No obstante, hay rarísimas ocasiones en las que tenemos la fortuna de vislumbrar el fondo del misterio. Ramón Xirau nos enseñó que la poesía puede intuir lo que la razón pura no puede comprender. En los momentos más altos de la Divina comedia, Dante logra esa proeza. El poema debe leerse en clave profética. Aunque no sea una descripción literal del paraíso es una alegoría verdadera del camino del hombre hacia Dios, del triunfo definitivo de la vida sobre la muerte, del imperio eterno del amor.