Guillermo Hurtado

¿Se puede reiniciar el pensamiento?

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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Cuando se compra una computadora nueva, la máquina lleva dentro muy poca información. Somos nosotros quienes la vamos llenando de programas, archivos y documentos. Con el uso y el abuso, el aparato se va enredando en su interior. Imagino de manera anacrónica (como corresponde a mi edad) nudos de cables que van creciendo hasta que se genera un atasco. Entonces llega un momento en el que la computadora se hace más lenta, se atora en alguna operación, se queda pasmada. Quienes, como yo, apenas entendemos cómo funciona el instrumento, no nos queda más que un remedio: apagarlo y prenderlo o, dicho con una palabra, reiniciarlo. Yo no sé por qué pero muchas veces efectuar esa sencilla operación corrige los problemas. Para usar la imagen de los cables, es como si, al volver a encender la computadora, los nudos se desataran por ese acto.

De un tiempo acá, existe la sensación en Occidente de que nuestras ideas cada vez están más enredadas. Una de las causas de ese embrollo es la enorme velocidad con la que viaja la información. En nuestro teléfono portátil, que, en realidad, es una computadora portátil, tenemos acceso, con tan sólo deslizar un dedo sobre la pantalla, a millones de bases de datos que nos inundan con todo tipo de frases e imágenes. No son los circuitos de las máquinas los que sentimos que están enredados, son los circuitos de nuestras mentes los que nos parece que están hechos un nudo. La sensación de ofuscamiento no sólo es individual, es colectiva. Lo que nos agobia es lo mismo: no sabemos cómo encontrar la verdad en medio de tanta información. El problema no es sólo la mera cantidad, sino la confusión generada. Como si fuéramos una computadora desajustada, empezamos a ir más lento, nos atoramos y, por último, quedamos pasmados. Intelectuales como Giles Deleuze, Slavoj Zizek, Zygmunt Bauman, Giorgio Agamben, Byung Chul Han, Nick Bostrom y Antonio Valdecantos han descrito, desde distintos ángulos, esta condición contemporánea.

Los seres humanos nunca hemos sabido qué creer, por eso nos equivocamos una y otra vez, pero ahora el inconveniente parece más acuciante. La verdad se ha vuelto más difícil de distinguir de la falsedad. Por así decirlo, su competencia ha crecido. Las mentiras cada vez son más sofisticadas, los errores más imperceptibles, la confusión más atractiva. La desgracia no sólo es epistemológica, es moral y, a fin de cuentas, existencial. Los seres humanos no podemos vivir sin la verdad y, sin embargo, nos esmeramos en mentir, en engañar, en sembrar confusión. No son las máquinas relumbrantes las que nos han llevado hasta aquí, los responsables somos nosotros. Hemos construido una torre de quimeras, imágenes y algoritmos más alta que la de Babel.

Si para reparar la computadora tenemos que reiniciarla, tal parece que para corregir el pensamiento tendríamos que hacer lo mismo. Pero ¿cómo puede ser eso posible?

De todas las disciplinas académicas, hay una sola que se puede reiniciar una y otra vez y que, además, lleva milenios haciéndolo: la filosofía. Retomo la analogía con la computadora para hacer una distinción fundamental: no es lo mismo reiniciar que borrar. El propósito de reiniciar es desatar los nudos sin que se pierda la memoria. Volver a comenzar la tarea filosófica, consiste en volver a hacerse las preguntas más básicas, más antiguas, más ambiciosas. No se me ocurre otra manera para que la civilización occidental desate sus nudos. Para ello, la filosofía tiene que simplificarse. De la misma manera en la que la computadora se va llenando de vicios operativos que la desajustan, la filosofía se va llenando de teorías, de argumentos, de polémicas, de distinciones, de sutilezas que la enmarañan. No tenemos que arrojar al fuego todos los libros que se han escrito en los últimos tiempos. Lo que tenemos que hacer es volver a pensar como si nunca se hubieran escrito. Hace dos mil quinientos años el mundo era muy diferente, pero la actitud originaria del pensamiento puede recuperarse. La nueva filosofía no será igual a la de los antiguos, pero deberá tener su misma pureza, su misma ingenuidad, su misma clarividencia. Para encontrar la verdad en medio de la confusión que nosotros mismos hemos creado, tendremos que buscarla con nuevos ojos.