Guillermo Hurtado

El siglo de nuestro esplendor

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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Sostuvo José Gaos que el XVIII fue el siglo de nuestro esplendor. El brillo de las ciencias, las artes y las letras de la Nueva España dieciochescas, decía el filósofo transterrado, había sido obra de los jesuitas, incluyendo, de manera destacada, a quienes tuvieron que salir al exilio, pero contribuyeron, desde el extranjero, a la gloria de su patria.

Con todo respeto para Gaos, yo creo que se equivocó. En el campo del pensamiento, nuestro siglo del esplendor no fue el XVIII sino el XVII. La cima de la cultura novohispana no fue nuestro eclecticismo, tan tímidamente moderno, sino nuestro barroco, tan original y tan robusto.

Gaos pensaba que el germen de la cultura mexicana estaba en el siglo XVIII. Es más, el México independiente era un fruto de la aclimatación del pensamiento moderno. Pero Gaos no supo entender nuestro barroco. La savia de México no es ilustrada ni liberal ni positivista, sino barroca. Y en cierto modo, lo sigue siendo. Mientras no lo entendamos, seguiremos teniendo ideas equivocadas acerca de nosotros mismos.

En el campo de las ideas, cuatro figuras extraordinarias, únicas, incomparables, definen el siglo de nuestro esplendor. Los cuatro nacieron en México y pensaron como criollos, no como los intelectuales del siglo XVI, que nacieron y se formaron en Europa. Y los cuatro escribieron en español, no sólo en latín, lo que los hace acaso más mexicanos e incluso más actuales que los jesuitas del XVIII, como Clavijero o Díaz de Gamarra. No le falta razón a Jaime Labastida cuando afirma que la filosofía novohispana latina no era todavía, en un sentido estricto, mexicana.

¿Quiénes son esas cuatro figuras prodigiosas a las que me refiero? Fray Francisco Naranjo (1580-1655), Miguel Sánchez (1594-1674), Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) y Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695). Esta lista sigue un orden cronológico, pero también, yo diría, ascendente en importancia.

Francisco Naranjo fue un fraile y catedrático que alcanzó notoriedad por su memoria portentosa. Naranjo es un símbolo de la apropiación personal, pero también nacional, de la teología y, por lo mismo, de la disciplina que se consideraba, en aquel entonces, la corona de la sabiduría. Su Comentario a la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, obra rescatada por Mauricio Beuchot, fue redactada, de manera insólita, en español.

Miguel Sánchez, bachiller y sacerdote secular, es el San Agustín mexicano. Su libro Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe es el primero que se publicó sobre el acontecimiento guadalupano y ofrece una riquísima interpretación bíblica, teológica e histórica de su significado. Sánchez coloca a México en la historia providencial del mundo y le otorga un sitio destacadísimo en ella, brindando al criollismo, de esa manera, su fundamento filosófico.

Carlos de Sigüenza y Góngora fue un sabio que cultivó disciplinas como la astronomía, véase su Libra Astronómica y Filosófica, la historia, la arqueología, la novela y la poesía. Sigüenza reclama para México un sitio en la historia moral y epistemológica de la humanidad. El conjunto de su extensa obra, los hilos que la enlazan, pueden considerarse como el primer gran producto de una cultura novohispana criolla que se puede tomar como antecedente de la cultura mexicana independiente.

Sor Juana Inés de la Cruz adquirió celebridad mundial en vida, pero luego se la olvidó hasta que Amado Nervo la recobró en 1910. A partir de entonces, y, sobre todo, con el estudio que sobre ella hizo Octavio Paz, ha alcanzado fama universal. Sor Juana, hija de su siglo, cumbre del barroco tardío, sigue siendo la figura más brillante de nuestra constelación intelectual. El peso de su obra poética, filosófica y teológica no es menor al de su ejemplaridad como defensora del derecho de las mujeres —de todas, pero en particular, de las mexicanas— para desarrollar su individualidad y dedicarse de lleno al estudio.

Estas cuatro figuras son emblemas de un siglo brillante por el que desfilaron otras personalidades destacadas en las artes, las ciencias, la literatura y la teología. Más allá de los nombres y los apellidos, el siglo XVII es el del nacimiento de una cultura, de una altísima cultura, propiamente mexicana. El estudio detallado de sus rasgos distintivos sigue siendo una tarea pendiente de nuestra historia intelectual.