Guillermo Hurtado

Una tarea de la filosofía actual

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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Hay una manera muy común de describir el siglo XX como el de la pugna ad mortem  entre la democracia representativa liberal, el fascismo y el comunismo. La victoria de facto de la primera hizo que algunos ilusos pensaran que había llegado a su fin la lucha ideológica. Sin embargo, resulta cada vez más evidente que la democracia representativa liberal pasa por un inevitable periodo de decadencia. Hay que volver a pensar lo político desde sus cimientos.

Por otra parte, el siglo XX fue testigo de un proceso de profesionalización global de la filosofía. La profesionalización tuvo ventajas —hoy hay más filósofos que los que hubo en toda la historia— pero también tuvo desventajas; la filosofía académica está enferma de burocratización y escolasticismo. Se publican miles de trabajos, es cierto, pero estas reflexiones rara vez salen del círculo de la academia; y cuando lo hacen, se pierden en la cacofonía del espacio público.

Se ha escrito mucho acerca de la relación que debe haber entre la  filosofía  y la  política. Examinemos cómo son las cosas en la actualidad. Como respuesta a lo que sucedía en los regímenes fascistas y comunistas, en los cuales la filosofía tenía que obedecer la ideología estatal, se fomentó una radical despolitización de la filosofía. El proyecto profesionalizador recluyó a la disciplina en un espacio aislado de la política real, a saber, la academia concebida como un entorno aséptico. Desde esta perspectiva, la única manera en la que los filósofos pueden contribuir a la política consiste en la elaboración de investigaciones acerca de ella. Dado que la especialización es un requisito de la academia, quienes realizan estos trabajos, los filósofos políticos, han de poseer ciertas credenciales; por ejemplo haber escrito una tesis de doctorado sobre el tema o pertenecer a un departamento universitario en ese campo. Un especialista en otra rama no tiene licencia para emitir opiniones al respecto. El filósofo, como cualquier otro científico, puede ser, cuando mucho, un lejano asesor del político. Y es que, como afirmaba Max Weber, se asume que ni el científico ni el político deben confundir sus ámbitos de operación. Debe haber normas que impidan a los políticos ocupar puestos en la academia y a los científicos enrolarse en la política. La universidad, hábitat exclusivo de la filosofía, debe ser un espacio despolitizado, dedicado única y exclusivamente al desarrollo del conocimiento. Vista desde la academia, la política es sólo un objeto de estudio, un fenómeno más del universo, como las epidemias o los cuerpos celestes.

Es indispensable que la humanidad cambie de ruta. De ello depende su felicidad y su sobrevivencia. La filosofía no puede permanecer con los brazos cruzados frente a la crisis global. Su responsabilidad, ahora más que nunca, es concebir con rigor e imaginación alternativas políticas, morales y existenciales al viejo orden que colapsa bajo su propio peso.