Tres preguntas de la metafísica existencial

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo HurtadoLa Razón
Por:

Las preguntas son criaturas extrañas. A veces son como los mosquitos del pensamiento: su zumbido nos distrae y su piquete nos inquieta. Las respuestas son, entonces, como un alivio, un descanso. En ocasiones las hallamos de inmediato, pero en otros casos podemos pasar la vida entera intentando encontrar la solución que nos exigen.

Algunas preguntas filosóficas acompañan a la humanidad desde hace milenios y quizá sigan entre nosotros hasta el fin de los tiempos. Esa persistencia ha sido considerada como nociva. Una pregunta que no se puede resolver —se ha dicho— no merece ser calificada como una pregunta genuina, sino como otra cosa distinta: una confusión o un enigma.

El filósofo francés Gabriel Marcel (1889-1973) llamaba misterios a las preguntas sin respuesta. Nadie está obligado a resolver un misterio. Por lo mismo, podemos ponerlos aparte de las demás preguntas. Si alguna vez encontramos respuesta a su interrogante será bienvenida, pero si no lo logramos, no debemos sentirnos fracasados.

Por su parte, el filósofo alemán Rudolf Carnap (1891-1970) afirmaba que una pregunta sin respuesta es una pseudo-pregunta, un engaño de la razón del que debemos liberarnos como quien se cura de una enfermedad. La labor terapéutica consiste en desmontar la pseudo-pregunta para descubrir cuáles son los errores que nos han llevado a plantearla como si fuera una legítima.

Hay tres preguntas de la metafísica existencial que podrían calificarse como misterios o como pseudo-preguntas o, simplemente, como preguntas difíciles que están esperando a que la humanidad alcance la sabiduría para responderlas. Como si fueran tres pirámides que se alzan en el horizonte, estas cuestiones son las siguientes.

La primera de ella fue formulada de manera precisa por el genio alemán Gottfried Leibniz (1646-1716) y es, quizá, la más gigantesca que pueda plantear mente alguna. ¿Por qué existe algo en vez de nada?

La segunda asume la existencia del universo pero interroga acerca de una diferencia que ha sido registrada con exactitud por nuestro lenguaje. ¿Por qué existe alguien en vez de nadie? Dicho de otra manera, por qué el universo no está compuesto únicamente de cosas ciegas y mudas, sino que incluye, además, personas, como usted y yo.

La tercera reconoce la existencia de un universo integrado por cosas y personas pero hace una interrogante que no es menos extraordinaria que las dos anteriores, a saber, ¿por qué existo yo en vez de cualquiera? En otras palabras, por qué entre todas las personas que existen una y sólo una de ellas soy yo, conciencia corpórea única e irrepetible.

Se podría sostener que no hace falta quebrarse la cabeza, ya que la ciencia contemporánea ofrece elementos para abordar cada una de las tres preguntas anteriores. La física nos explica por qué existe el universo con su teoría del Big-Bang, la biología nos revela por qué existe la especie humana con su teoría de la evolución y la genética nos aclara por qué yo soy distinto a los demás seres humanos con su teoría del genoma humano. Sin embargo, ninguna de esas explicaciones ofrece una respuesta completa a las preguntas anteriores: quedan muchos cabos sueltos, opciones diversas, conjeturas irresolubles.

Si la ciencia no puede ofrecer una respuesta simple y definitiva a las tres preguntas fundamentales de la metafísica existencial, podría decirse que lo que más nos conviene es olvidarnos del asunto y ocuparnos de las preguntas que tienen respuestas inteligibles y, sobre todo, accesibles a nuestros métodos y recursos de investigación. La vida es demasiado corta para dedicar esfuerzos a batallas que sabemos están perdidas de antemano o que, por lo menos, parece casi imposible que podamos ganar.

Hay noches de verano en las que no encontramos manera de escapar de los mosquitos que nos quitan el sueño. No tiene sentido seguir intentando matarlos, pero tampoco podemos fingir que no existen. No nos queda más remedio que entregarnos a ellos con resignación. Lo mismo sucede, me parece, con las tres preguntas de la metafísica existencial. Esas interrogantes son compañeras de la humanidad. No podemos pretender que no existen, que no dan vueltas alrededor de nuestro juicio, pero tampoco podemos conformarnos con las pequeñas soluciones que se nos ocurren ante tan grandes incógnitas y que, de manera inevitable, dejan insatisfecha a nuestra inteligencia.