Guillermo Hurtado

La vida es sueño

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Una de las creaciones más altas del pensamiento en lengua española es la obra teatral de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), La vida es sueño.

Recordemos la trama. Basilio, rey de Polonia, lee en los horóscopos que Segismundo, su hijo recién nacido, le arrebatará el trono por la fuerza cuando crezca, por lo que lo manda encerrar en un calabozo. Segismundo no sabe que es un príncipe y la única persona con la que habla es Clotaldo, siervo de Basilio. Así pasan los años, hasta que Basilio decide poner a prueba la profecía. Una mañana, Segismundo despierta dentro del palacio. El joven, desquiciado, actúa como un salvaje: arroja a un criado desde una ventana, intenta violentar de una doncella y pelea con otros caballeros. Basilio queda convencido de la veracidad del oráculo. A la mañana siguiente, Segismundo vuelve a despertar dentro del calabozo. El desdichado ya no sabe en qué creer. Su conclusión es que no hay manera de distinguir entre el sueño y la vigilia, y que, a fin de cuentas, toda la vida es un sueño, porque todo acaba por desvanecerse como si fuera una ilusión. Entonces la historia da un giro. El pueblo se rebela contra el rey Basilio, libera a Segismundo, lo declara monarca legítimo y le pide que los encabece para derrocar a su padre. Segismundo sigue sin saber si lo que vive en ese momento es realidad o ficción, pero decide, de todas maneras, hacer lo que le piden las circunstancias. Llega al palacio y, en vez de comportarse con violencia y arbitrariedad, lo hace con prudencia y generosidad. Su padre, admirado, le cede el trono de manera voluntaria.  

Cuando se descubre otra vez en su calabozo, Segismundo llega a la conclusión —de ninguna manera irrazonable— de que no se puede distinguir entre el sueño y la vigilia. Sin embargo, a diferencia de Descartes, la respuesta que ofrece a este reto escéptico no está en el plano del conocimiento, sino de la acción

 La enseñanza filosófica de La vida es sueño es la de cómo vivir en el reino de las apariencias, tema central de la cultura barroca de su tiempo. La moraleja que nos ofrece puede dividirse en dos momentos: una práctica y otra moral.  

Relieve de La vida es sueño, en el monumento a Calderón de la Barca.
Relieve de La vida es sueño, en el monumento a Calderón de la Barca.Foto: Especial

 Cuando se descubre otra vez en su calabozo, Segismundo llega a la conclusión —de ninguna manera irrazonable— de que no se puede distinguir entre el sueño y la vigilia. Sin embargo, a diferencia de Descartes, la respuesta que ofrece a este reto escéptico no está en el plano del conocimiento, sino de la acción. Cuando el pueblo viene a rescatarlo, Segismundo duda por un momento: ¿debe o no salir del calabozo?, ¿para qué?, ¿para ilusionarse otra vez?, ¿para volver a ser engañado? Su corazonada es dejar a un lado las dudas y actuar de acuerdo con lo que vive en ese momento.  

 Además —y he aquí la lección moral— Segismundo concluye que no importa que no sea capaz de distinguir con exactitud entre la realidad y la ilusión, lo que importa es que sea capaz de determinar la rectitud de sus acciones. Puede decirse que Segismundo encuentra un camino alternativo hacia la verdad. No hacia una verdad teórica, entendida como una relación de adecuación con el mundo, sino hacia una verdad práctica, entendida como el acto recto. El supuesto de fondo es que la vida de cada quien alcanza más verdad mientras más coincida con su esencia individual. Es un asunto de integridad, pero también de plenitud y, a fin de cuentas, de la congruencia de nuestros actos con nuestros valores e ideales que nos permite alcanzar la perfección personal. Segismundo podrá no saber si sueña o no, pero ahora sabe que actuar con rectitud, bondad y justicia, dentro o fuera del sueño, es su deber y que actuar así, de manera autónoma, lo convertirá en persona genuina. El trayecto vital de Segismundo no es sólo el camino del engaño al desengaño, sino, además, el camino de la inhumanidad, a la que había sido reducido en su encierro, a la humanidad plena que adquiere, en libertad, gracias a su buen juicio.  

Segismundo podrá no saber si sueña o no, pero ahora sabe que actuar con rectitud, bondad y justicia, dentro o fuera del sueño, es su deber y que actuar así, de manera autónoma, lo convertirá en persona genuina. El trayecto vital de Segismundo no es sólo el camino del engaño al desengaño, sino, además, el camino de la inhumanidad, a la que había sido reducido en su encierro, a la humanidad plena que adquiere, en libertad, gracias a su buen juicio

 Segismundo enfrenta el problema de la ilusión como un problema moral. El sentido de la vida, por lo mismo, no depende del conocimiento, de la ciencia o incluso de la razón, porque todo ello puede estar equivocado, estar basado en apariencias. El valor más hondo de la vida depende de la voluntad de hacer el bien, cualquiera que sea la circunstancia. Esta lección de Calderón sigue teniendo relevancia en nuestros días.