Horacio Vives Segl

Confrontar religiones ajenas

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Los últimos gobiernos en México han estado marcados por múltiples episodios lamentables perpetrados por el crimen organizado, que ya forman parte de los historiales sexenales. Desafortunadamente, se han dado cada vez con mayor frecuencia en la administración presente.

El asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Jesús Mora, así como del guía de turistas Pedro Palma, es uno de los más recientes hechos de violencia que objetivamente puede considerarse inquietante.

Más allá de que para muchos el “abrazos, no balazos” promueve la impunidad del crimen organizado, el episodio del 20 de junio es particularmente grave porque fue una agresión directa contra dos sacerdotes en un país que es mayoritariamente católico y, además, porque el asesinato se dio precisamente dentro de una iglesia.

Como era de esperarse —y con justificada razón— la jerarquía católica salió a condenar, con firmeza y argumentos implacables, no sólo los asesinatos de los sacerdotes, sino también la violencia generalizada y, notablemente, la estrategia de seguridad del presente Gobierno.

Los señalamientos fueron al más alto nivel, incluyendo al Papa Francisco y a la Conferencia del Episcopado Mexicano, así como universidades y asociaciones jesuitas, que recibieron el apoyo y la solidaridad de otros colectivos religiosos y no solamente católicos. Hasta aquí, lamentables los hechos y esperables las condenas.

Lo que vendría después es cuestionable. Ante los trágicos eventos de Cerocahui y las expresiones de protesta e indignación, el Presidente mexicano decidió participar en un “picadito” de béisbol y luego condenar acremente a la Compañía de Jesús y a la jerarquía católica. La reacción cayó muy mal dentro de los círculos católicos, tanto clérigos como laicos.

Pero luego vendría otro episodio: la apertura de un nuevo frente contra otra comunidad religiosa. El ataque al publicista Carlos Alazraki fue de una rudeza innecesaria, al tildar de “hitleriano” a un integrante de la comunidad judía.

Eso demuestra una absoluta falta de respeto para cualquiera, pero, señaladamente, para los integrantes de esa colectividad, considerando que, en la historia de la humanidad, no ha existido personaje que haya tratado con mayor crueldad a los judíos.

Vendría lo obvio: al igual que en el caso anterior, el Comité Central de la Comunidad Judía en México, y todo el colectivo en general, cerró filas y manifestó su indignación ante los dichos del mandatario.

Tal vez sólo era cuestión de tiempo. Desde la tribuna de las mañaneras el jefe del Estado mexicano ha cuestionado a todo grupo que no sea afín a la ideología gubernamental.

Entre ellos: periodistas, papás de niños con cáncer, feministas, clases medias, universidades públicas y privadas, partidos políticos, líderes de opinión, organizaciones de la sociedad civil, autoridades electorales, medios de comunicación, gobiernos extranjeros, legisladores, científicos, empresarios, gobiernos estatales y municipales, ambientalistas, colectivos de la diversidad y un largo etcétera que podría agotar el espacio de esta columna.

Ah, pero para el crimen organizado, contrariamente, no se escatiman acciones y palabras misericordiosas. Si ya había atacado a todos estos grupos ¿qué le limitaba hacerlo con comunidades religiosas? Lo más grave aún, tal vez sea la ligereza para atacar a religiones. Todos sabemos que el Presidente no es católico ni judío. Pero no hay forma de excusar o justificar una acción así.