Horacio Vives Segl

Dos historias

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Por razones diametralmente opuestas, dos historias han llamado la atención del país; curiosamente, ambas están vinculadas con Jalisco y representan, respectivamente, el cielo y el infierno posibles de las mujeres mexicanas. Los nombres de ambas han sido ampliamente divulgados en medios y redes sociales: Luz Raquel Padilla y Katya Echazarreta.

De entre los horrendos crímenes de odio que lastimosamente siguen experimentando de forma cotidiana las mujeres en México, conmocionó al país y al mundo la espeluznante manera en la que falleció Luz Raquel Padilla. Más allá de lo que arrojen las investigaciones, de qué tan sólida sea la resolución del caso y de cómo pase por el tamiz de la opinión pública, lo que se sabe hasta ahora es un verdadero horror. Absolutamente, nadie tendría por qué morir de forma tan dolorosa y cruel. Luz Raquel fue quemada viva en un parque en Zapopan, y ese horrendo final fue precedido por una serie de amenazas, fatídicamente cumplidas.

Este caso, dentro de sus muchas agravantes, presenta un grado tal de aberración, que debe llamar a plantear un especial énfasis sobre el contexto de intolerancia y descomposición social, del que fueron muestras lacerantes la nula empatía y ausencia de generosidad y solidaridad, entre algunos segmentos —lamentablemente, no pequeños— de la sociedad hacia las personas que padecen enfermedades mentales. Se sabe que Luz Raquel tenía un hijo con autismo, que requería cuidados de tiempo completo y que su comportamiento “molestaba” a los vecinos, lo cual fue parte fundamental en la escalada de horror y violencia, que terminó con la atroz muerte de Luz Raquel. ¿En qué cabeza cabe, ya no digamos mostrar un poco de generosidad y humanidad, sino, por el contrario, atacar a alguien que vive en circunstancias tan difíciles como las que le tocó enfrentar a Luz Raquel con su hijo?

En el otro extremo —afortunada y radicalmente opuesto— está el caso de la tapatía Katya Echazarreta. Si bien desde niña emigró con su familia a Estados Unidos y toda su educación e instrucción profesional fue en aquel país (del cual, además, es ya también ciudadana), no deja de ser un gran motivo de orgullo e inspiración. Katya ha hecho historia no sólo por ser la primera mujer mexicana en llegar al espacio, sino también la estadounidense más joven (apenas 26 años de edad) en ir más allá de la atmósfera terrestre. Como se sabe, fue seleccionada entre 7 mil aspirantes del programa Space for Humanity (S4H) para el quinto vuelo tripulado del cohete New Shepard de la empresa Blue Origin.

La hazaña es fantástica, extraordinaria. Es una lección de perseverancia, tenacidad, talento y aprovechamiento de oportunidades, para llegar a un resultado que sólo unos cuantos pueden alcanzar. Además de todo lo anterior, es un gozo escuchar a Katya: desborda simpatía, carisma, talento e inteligencia.

Llama a la reflexión que todos los éxitos profesionales de Echazarreta se hayan conseguido en Estados Unidos, mientras en nuestro país hay —más allá de gestos meramente escénicos, totalmente vacíos— absoluto desinterés y falta de apoyo a cualquier asunto relacionado con temas espaciales. Pero bueno, ¿qué se puede esperar de un Gobierno que no pierde ocasión en evidenciar el lugar que le da a la agenda de ciencia y tecnología?

En todo caso, ojalá y se multipliquen historias como la de Katya, y que nunca más se repita una como la de Luz Raquel.