Julia Santibáñez

Carta a una chica desaparecida

LA UTORA

Julia Santibáñez
Julia Santibáñez
Por:

Alguien de mi círculo te conoce, pero yo no. Te imagino. Quizá seas aventada, con humor filoso, intensa, poco rímel y zapatos bajos, igual a las chavas con las que trato. La semana pasada no llegaste a casa, nadie sabía de ti. Se echaron a sonar todas las alarmas. Muchos posteamos en redes tu nombre, tu cara y “Desaparecida. Por favor RT”. Se hizo ruido, no del vacío sino del que vibra con ganas de ayudar. Te encontraron. Lastimada, te encontraron. No sé más.

Tal vez las horas vividas en riesgo se te claven como una espina de piedra. Así de fría. Tal vez el aire parezca irrespirable. Y encuentres la fragilidad tres tallas más grande. “Te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido”, escribió José Agustín Goytisolo para ti.

Lo ocurrido no es tu nombre ni tu dirección. No es más grande que tú. Es brutal decirlo, pero va a pasar. Aunque quizá tarde, un día habrá cosas más importantes en tu vida, más definitorias. Después de esto, un día vas a cansarte de cuidar que la vida no explote. No te echarás sobre tus heridas ni necesitarás a alguien para aceitarlas; verás bajo las cicatrices una fuerza imparable. Vienen días buenos, de salir a comer y disfrutarlo, de sentirte poderosa, de reírte por casi nada. La vida empieza mañana. Y no estás sola.

“Nunca te entregues ni te apartes, junto al camino nunca digas: no puedo más y aquí me quedo... Ya verás como a pesar de los pesares, tendrás amor, tendrás amigos”.

En Japón existe un concepto precioso: kintsukuroi. Se llama así el arte de reparar con polvo de oro un objeto de cerámica roto. En Occidente, un jarro fracturado pierde todo su valor; los japoneses, en cambio, aprecian más aquel cuyas piezas se unieron de nuevo, de manera muy visible, con el metal precioso. La taza que enmiendan es más cara porque tiene llagas, su historia es única. La vulnerabilidad de las cosas vale mucho. Igual pasa con nosotros.

También necesito decirte: hay belleza en el mundo. No está donde nos aconsejaron buscarla, pero es un hecho, existe. La he encontrado en una nube de capricho, un árbol, una madrugada fría. Y en los libros: me conectan con otros.

“No sé decirte nada más, pero tú debes comprender que aún estoy en el camino. Pero tú siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso”, cierra el autor español. Y yo, al hablarte, le hablo a las Fernandas, Gabrielas, Sofías, Nadias, Paulinas, Jessicas, Olivias, Emilias, Danias, Majos, Natalias, Lauras, Andreas y cuantos nombres se quieran añadir. Ustedes son preciosas y desde esta trinchera de palabras me comprometo: entre todas vamos a cambiar este país, hasta que dejemos de sentir miedo.

No te conozco pero te abrazo muy fuerte.