Julia Santibáñez

Esa ciudad que es muchas ciudades

LA UTORA

Julia Santibáñez *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

“Tijuana, la horrible”. La del muro metálico que escupe hacia el otro lado migrantes de Latinoamérica. La de burdeles, droga y narcos. “El lugar desesperado donde confluyen todos los desesperados del continente”, según el español Javier Cercas. Tijuana, la violenta. Donde termina (¿empieza?) la patria. La del vituperio. La que “gana el pan / con el sudor de [su] vientre”, dijo el periodista Rubén Vizcaíno y cita su colega, Jaime Cháidez.

Acabo de estar un par de días ahí. O en realidad estuve en otro lado: la TJ que presume con enjundia su condición fronteriza, cómo no. La de la comida que atrae ríos de gente de San Diego. La hermoseada. Donde probé la cerveza artesanal Perro del mar (chapó por ese juego). Donde creció Carlos Santana, nacieron Javier Bátiz y Tijuana No! La de una de las sedes del Colegio de la Frontera Norte. La del impresionante Centro Cultural Tijuana, que irradia cine, artes plásticas, literatura, teatro.

Construido por Pedro Ramírez Vázquez e inaugurado en 1982, el CECUT es sede del Encuentro Literario Norte 32º, al cual me invitaron los periodistas Cháidez y Daniel Togliatti a nombre de su directora general, Vianka Robles. Me lancé feliz a presentar mi libro El lado B de la cultura. Codazos, descaro y adulterios en el México del siglo XX junto con Daniel y Jaime, a quienes sin pudor ya cuento entre mis amigos. Pero además encontré en el CECUT una oferta cultural vibrante, como el soberbio Museo de las Californias y la Trienal Pictórica dotada de un millón de pesos para el ganador (a ver quién en México se le pone al-tú-por-tú). Es que esa orografía tanto física como emocional, sincrética, doblemente retadora estalla en creatividades y en la buenavibrez de su gente: mis tres anfitriones, Roberto, Daniela, Miguel, Angélica, Eric. Como parte de Norte 32º asistí también a la presentación del libro Jornaleros migrantes, de los volúmenes de poesía de Olga Gutiérrez y Jorge Ortega, aunque no alcancé la presentación del de crónica A la orilla de la carretera, de Vicente Alfonso, alumno y albacea de Federico Campbell.

Qué bueno llegar al narrador, ensayista, editor y traductor nacido en esta esquina del mundo, a quien necesito en el intento de comprender su tierra. En un cuento Campbell alude a “innumerables tijuanas superpuestas”. Tal cual. Desde que era aldea de paso y en los años veinte, cuando hoteles ídem, congales y cantinas saciaron la hormona exacerbada por la Ley Seca de EU, desde entonces y hasta hoy, digo, esta urbe no-fácil se multiplica en el espejo. Se simultánea. Añade Campbell en el ensayo “País frontera” que TJ es al menos tres: la de los extranjeros, de los mexicanos, de los nacidos aquí.

Esa polifonía que alcancé a entrever me dejó imantada. Intrigada. Quiero volver a Tijuana, como cuando releo un poema que no estoy segura de entender, pero me atrapa.