Julia Santibáñez

Mamá, ese bicho descomunal

LA UTORA

Julia Santibáñez
Julia Santibáñez
Por:

“Nunca me gustaron las madres. Ni siquiera la mía”, dice Lana Lee en La conjura de los necios. A Ignatius Reilly, protagonista de la novela, tampoco le gusta la suya, mientras al señor Gus le choca su papá. Total que ahí nadie está a gusto con la línea parental que le tocó: es como soportar un defecto congénito o ser héroe a fuerzas.

En México, los medios entronizaron por años a la Sara García mamá abnegada, invencible en el reto de introyectar padecimientos (y antipática, de tan plástica). A pesar de la machaconería de Disney en el mismo sentido, la justicia poética ha permitido que también ronden el imaginario nacional la versión materna obcecada ante las virtudes del hijo (doña Naborita, de Los Polivoces); la rígida mamá de Santa, personaja de Federico Gamboa; el tipo perverso y chantajista de doña Zoila (de Qué nos pasa), y aquella ausente que incluso así nos taladra con culpa: la de “Mamá, soy Paquito; no haré travesuras”, de Díaz Mirón. Y no se agotan ahí las tipologías. Las madres somos bichos descomunales.

Vuelvo a Kennedy Toole y La conjura de los necios. Debo ser malísima persona, porque me he reído cantidad de la frustración reincidente entre Ignatius e Irene. La viuda, superficial y amistada con el alcohol, mantiene a su unigénito, de treinta años, masivo como una vaca, a quien vive molestando pero surte de donas con mermelada. El gigantón no trabaja, se burla de ella y le azota la puerta en la cara; en una carta alude a la señora Reilly como “el agente de mi destrucción”. Sí, el vínculo entre ambos es un prodigio de normalidad poco ejemplar: se quieren, se detestan, viven juntos. El campo semántico familia los destruye, al tiempo que impide pensar en otras alternativas.

Es que la convivencia diaria echa por suelo la mejor intención de las progenitoras. Lo digo por experiencia. Una quiere ser como en los cuentos, toda bondad y altruismo, el arquetipo escrupuloso de la resignación, pero “la vida sería mucho mejor si no fuese diaria”, como dijo el filósofo brasileño Millôr Fernandes. El roce cotidiano del zapato con el pie produce ampollas. De no resolverse, pronto aparecen callos: uno de tiranía, otro de chantaje, el tercero de amargura acendrada. El modelo es excesivamente alto para tener un final feliz. Y funciona de ambos lados: como madres y vástagos deben habitar la tantidad del sacrificio, todos se desaniman. Se dejan ir como en resbaladilla. En la caricatura que hace Kennedy Toole de Ignatius y la señora Reilly, pone al descubierto verdades insoportables si las miramos de frente. Por eso el humor es estrategia de supervivencia.

En estos días recomiendo leer La conjura de los necios, para tener motivo de reír a carcajadas. Y también bajarle dos rayitas a la expectativa.