Julia Santibáñez

Mi peor necedad adolescente

LA UTORA

Julia Santibáñez
Julia Santibáñez
Por:

Me subí al helicóptero. Voy aturdida, con el pelo tormentoso por el viento y mirando los árboles muy más abajo. Recuerdo aquello: “Vivir de manera segura es peligroso”. Me toca saltar.

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Llevo quince años en el mundo de las revistas. Empecé corrigiendo estilo; hoy tengo un puesto directivo en la editorial más grande en su género en América Latina y un guapísimo cheque quincenal. El asunto es que ya no lo disfruto y estoy a punto de renunciar a todo eso, obtenido con mucho esfuerzo, por una extravagancia: dedicarme a las letras. Resulta que traigo en los huesos la urgencia de escribir, una que no sabe de calmas ni aguantes, pero me muero de miedo. Miedo como una espina en el ojo. Ay.

Aunque llevo años pensándolo, en abril de este 2015 hubo cambios en la empresa; veo factible negociar mi liquidación. Quiero elegir mi día a día, no ceder por miedo a la inercia social y la comodidad —igual que tantos—, pero esquivo soltar la certeza construida. Esto puede representar mi peor necedad adolescente, sin yo serlo desde hace décadas. No he madurado y no tengo que pedirle permiso a nadie, salvo a mí. Y me lo doy. Hablo con el nuevo director general, le explico que necesito irme para seguir una carrera como escritora. Contesta: “no, te estás precipitando, necesito que supervises la operación de los equipos editoriales. Lo hablamos en unos meses”.

Pasan semanas, el jefe se tranquiliza. Yo estoy cada vez más convencida de estallar las normas, audaciar a favor de lo que creo. Me divorcié hace quince años y cada día he sostenido mi casa, a mi hija, a mí misma. Ya fui sensata, productiva. Me toca apostar toda la incongruencia por lo que me alimenta: la literatura. Varias veces le pregunto al director: “¿hablamos de mi salida?”. “No”. El 13 de julio responde: “si insistes, dalo por hecho. ¿Cuándo quieres irte?”. A botepronto digo: “el 31”. “Ok”. Pregunto: “¿estamos de acuerdo en que mi liquidación será completa?”. “Sí”. ¿En serio? Agradezco.

En unos días se cumplen cinco años de eso. Salté en pleno vuelo y aunque el paracaídas tardó en abrir, al final lo hizo. He publicado varios libros de poesía y viene otro de ensayo, soy editora del suplemento El Cultural de este periódico, escribo aquí, me estrené conduciendo programas de cultura en radio y TV. Trabajo mucho, más que nunca, a veces no en las mejores condiciones. A pesar de todo, entrenarme en la escritura como oficio no tiene progenitora.

Un personaje de El día que Nietzsche lloró, de Irvin Yalom, dice: “Vivir de manera segura es peligroso”. Dada mi natural insensatez, me pareció menos riesgoso que seguir en tierra conocida dar el brinco desde el aire y confiar en que aparecería el piso. Tuve suerte. A ver qué se me ocurre mañana.