La poeta, el chacal, los editores

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
Julio TrujilloLa Razón de México
Por:

Establecer el precio de un libro es relativamente fácil, calculando lo que se ha invertido en él, su tiraje y su proyección de ventas. Pero calcular el valor de su contenido es ya imposible. ¿Cuánto vale la historia del imperio persa, cuánto vale un poema? Un editor se resigna a ciertas fórmulas aritméticas y sigue adelante, sin ignorar que la cifra que fija es siempre una aproximación. En cuanto a la poesía, ponerle un número resulta un tanto penoso, pero no deja de estar en un libro como cualquier otra escritura. Y no vende.

Históricamente la poesía no es comercial. Esto ha creado el mito de su excepcionalidad. Robert Graves escribió: “No hay dinero en la poesía, pero tampoco hay poesía en el dinero”. Pero la necesitamos, como a la música, y se sigue publicando. Los editores la publican calculando sus pérdidas, y ese esfuerzo hay que agradecerlo siempre. Es por ello que ha causado tanto escándalo que la poesía de Louise Glück editada en español por la extraordinaria editorial Pre-Textos durante años, haya sido gestionada con rudeza, en cuanto Glück ganó el Premio Nobel, por su agente Andrew Wylie, arrebatándosela a la editorial y ofreciéndola a más solventes postores. Rudeza legal, hay que decir, pero rudeza, frialdad de chacal que queda ilustrada con la terrible instrucción de destruir el stock de los títulos previos. ¿No ameritaba el olfato de Pre-Textos, su perseverancia, su sobradamente comprobado profesionalismo, su amor a la poesía, una conversación que trascendiera la retórica contractual, calculadora en mano? Esa labor de la editorial también tiene un valor imposible de fijar, esos años también han tenido un costo.

Asistimos a una interesante discusión que no debe caer en falsos romanticismos: la poesía, como producto editorial, es una más, un producto muy probablemente subvencionado por otros títulos más vendedores. Publicarla es siempre un riesgo, pero un cintillo que diga “Premio Nobel de Literatura” la vuelve súbitamente apetecible para casi cualquier editor. El sentido común nos dice que Pre-Textos debió tener la opción del “tanteo” para intentar seguir teniendo en su catálogo a la poeta. Ante ofertas más jugosas, seguramente la hubiera perdido, pero en una lid mucho más digna del contenido de los libros que de su precio, en una conversación a la altura de la poesía. Glück pudo interceder, o no: su agente habla por ella y eso es normal, pero su voz, tan poderosa en la página, hubiera zanjado la cuestión en segundos. No obstante, hay algo de elocuente en su silencio en medio del ruido, y no se le puede culpar de nada, al igual que no será culpable de nada la editorial que finalmente se quede con los derechos de Glück en español. Yo seguiré leyendo los libros de Pre-Textos con ese gusto que da estar ante un artefacto (hecho con arte), y cuyo catálogo incluye cientos de títulos imprescindibles. También buscaré el nuevo título de Glück esté donde esté. Tal vez ella y sus editores se hallan divorciado, pero yo continuaré invitando a ambos a mi casa.