El virus del virus

ENTREPARÉNTESIS

JULIO TRUJILLO
JULIO TRUJILLO
Por:
  • Julio Trujillo

Se ha usado hasta el cansancio la idea de que el verdadero virus somos nosotros, como un cuerpo infeccioso en el planeta. Y sí, lo confirmamos todos los días, depredando, multiplicando la agencia de nuestra infección. ¿No podríamos aprender algo de los microorganismos y, ya que emulamos inconscientemente su poder destructivo, usar esas lecciones de manera voluntaria y creativa? Las soberanías mal entendidas, las tentativas autoritarias, el levantamiento de muros y vallas florecen en temporada de pandemia.

Creo que debemos ser el virus que, veloz, minúsculo, inaprensible por su fugacidad, ataque a ese sistema que sólo parece endurecerse y recrudecerse en sus peores vicios, como si la historia nada nos hubiera enseñado. Una persona solidaria y compasiva, me decía hace algún tiempo un buen intérprete de la condición humana, es un hacker social. Pues bien, en los mares revueltos que nos está tocando navegar, también podemos ser los piratas de un nuevo entendimiento, más compasivo, de rostro humano, que se infiltre en las corrientes de un sistema voraz y nos devuelva algo de lo que éramos originalmente antes de convertirnos en clientes, cuentas, fuerzas de choque predecibles, piezas de un triste y peligroso tablero.

En los tres tomos de Vernos Subutex, la escritora Virginie Despentes plantea un calendario impredecible de fiestas o “convergencias” en la que grupos de gente se reúnen a, sencillamente, bailar. Dejan atrás su teléfono, esa terrible prolongación del cuerpo, desaparecen del radar y por unos días se convierten en una microcomunidad que baila, y que al bailar vuelve al cuerpo y su abecedario primigenio. No es solamente terapéutico sino que se convierte en una resistencia, un deliberado abandono de las reglas y de las prótesis que esclavizan, un contrarritmo, la afirmación de una libertad que parecía perderse definitivamente en los vericuetos del capital, de la ley, de la primacía del Estado. Es inofensivo, una súbita revuelta musical, humana y hedonista (como imaginó D’Annunzio antes de enloquecer). Hoy, cuando el coronavirus parece imponer que nuestra última frontera es un tapabocas, cuando la mole estatal pone su rodilla sobre nuestro cuello, debemos rascar y encontrar al apache que persevera en nosotros y revertir esas fuerzas ciegas con nuestras fuerzas y deseos humanos. No puede triunfar el miedo (semilla de la violencia), tenemos que ser la resistencia que lo venza.

Hace treinta años, Hakim Bey planteaba algo parecido a esas “convergencias”, llamadas por él “zonas temporalmente autónomas”, focos de resistencia que podían, pueden, suceder en el tiempo, en el espacio, en la virtualidad. Sin complicar demasiado el análisis, siempre que dos personas dialoguen, sean compasivas, reconozcan al otro como a un igual, se estará generando una convergencia o zona temporalmente autónoma, una guerrilla minúscula pero real en contra de la otra guerra que ya sucede hoy, la guerra sorda que nos ha puesto a pelear con nosotros mismos. La empatía tendría que ser el virus del virus que somos, la vacuna contra nuestra peor versión, que hoy lleva las de ganar. Resistamos.