El peligro de un gobernante solo

EL ESPEJO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Una de las múltiples lecciones que podemos obtener de la fallida invasión rusa a Ucrania es dimensionar los peligros que conlleva un gobernante aislado de su realidad y que se ha rodeado de empleados serviles que sólo saben decirle que sí, en donde ningún poder puede oponerse al del líder incuestionable. Dentro de los análisis alrededor de Vladimir Putin, nadie puede predecir qué es lo que hará el autócrata ruso porque, entre otras cosas, su mente y sus decisiones ya no dependen de ninguna realidad, sino de él en su cámara de eco. Un gobernante solo, aislado e incontrolable es lo que tiene al mundo al filo de su asiento.

Para comprender la ausencia de contrapesos en Rusia, un elemento a considerar es cómo ninguno de los oligarcas representa realmente una amenaza a Putin. Los oligarcas actuales no son la primera, sino la segunda generación de multimillonarios que le deben sus fortunas y que tienen su futuro atado a la voluntad del gobierno. La primera generación de fortunas al amparo del poder se estableció después de la implementación de la glásnost y la perestroika, que transformaron las relaciones de poder en las postrimerías de la Unión Soviética. La economía soviética pasó a manos de personas cercanas al poder, que se adueñaron de la riqueza rusa para su propio beneficio.

Uno de los casos que sirve para comprender a esta generación de oligarcas, así como su transformación después de que Putin llegó al poder, es el de Mijail Jodorkovski, quien en 2004 llegó a ser considerado el hombre más rico de Rusia y dueño de la 14ª fortuna más grande del mundo. Jodorkovski logró poner sus manos en la industria petrolera durante la privatización de los años 90 y, a través de la empresa Yukos, controló más de una quinta parte de la producción de crudo rusa. Sin embargo, con la llegada de Putin, comenzó a ser una figura incómoda que cuestionaba las decisiones y acciones del nuevo líder.

La respuesta fue contundente: se inició una investigación expedita que lo encarceló en 2003 por haber cometido actos de corrupción. Una década después, Putin le otorgó un indulto, pero le quitó su fortuna y le prohibió involucrarse en la política. La empresa Yukos fue desmantelada y absorbida por Rosnef, la petrolera estatal rusa. Y aquí es donde se encuentra la clave: Rosnef es controlada por la segunda generación de oligarcas: los que dependen totalmente de Putin. El presidente de Rosnef desde 2012 es Igor Sechin, un viejo conocido de Putin que trabajó con él en temas militares y de seguridad desde los 90 y sin ninguna experiencia en la industria petrolera. Amigo personal del presidente, Sechin sabe, como el resto de oligarcas, que no pueden oponerse a Putin, pues serían destruidos en un segundo.

Lo mismo sucede con el resto de industrias y carteras de gobierno. No hay ninguna institución ni poder, fáctico o legal, que pueda controlar a Putin, que desde la pandemia vive aislado dentro del Kremlin y sólo escucha al coro de leales incapaz de cuestionarlo. Putin perdió contacto con la realidad desde ese momento y los múltiples errores que lo hemos visto cometer no pueden entenderse sin ese aislamiento. Putin está solo.