Martín Alomo

Compulsión a las redes en la Galaxia McLuhan

COLUMNA INVITADA

Martín Alomo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Martín Alomo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Lo que solemos denominar “época” se refiere a una sociedad determinada, a un continente, un país y hasta a una clase. Tomando un ejemplo de la actualidad, no es lo mismo la “época del Covid-19” en países donde circula la vacuna que en aquellos en los que la mayor parte de la población no ha recibido ni siquiera una dosis; tampoco la cuarentena y la consiguiente limitación del ejercicio del derecho al trabajo con la garantía del auxilio económico del Estado que sin éste. Lo mismo cabe para la accesibilidad a Internet.

Además, no olvidemos que “la época”, las etapas, las eras, las edades: antigua, media, moderna y contemporánea; posmoderna, victoriana, isabelina, los ’60, los ’70, etc., son construcciones lógicamente consolidadas a posteriori. Esta reflexión nos permite pensar que si existiera algo así como “la década del ‘70” ya sea en términos políticos, estéticos o cual fuere el eje de análisis que nos interese se trataría de una construcción simbólica elaborada ulteriormente. ¿En los ’80? En tal caso, diríamos que el conjunto de fenómenos políticos, estéticos y culturales que se engloban bajo el rótulo “década del ‘70” es una producción de los años ’80. Podríamos continuar así con todas las “épocas”.

Hace algunas décadas Francis Fukuyama (1992) proclamó “el fin de la historia”, aseveración polémica con resonancias hegelianas que podemos leer hoy como una crónica del reacomodamiento estructural y el correlativo desconcierto internacional en los ejes político y económico de principios de los ’90, con un sesgo ideológico determinado.

Sin embargo, por esos tiempos, Alain Touraine (1994) recuperaba la idea de “aldea global” de Marshall McLuhan (1962) y lejos de tranquilizarnos respecto del cese de las luchas de poder para conseguir el reconocimiento del Otro -como pareciera querer Fukuyama-, visionario, anunciaba que la globalización propiciaría el recrudecimiento de las diferencias étnicas y religiosas, reconcentradas en grupos que incluso minoritarios radicalizarían sus posiciones y comandarían las narrativas y los semblantes de las guerras por venir.

Todo lapsus es calami

A propósito de McLuhan, me interesa recuperar su historización de las sociedades de tradición oral, comparadas con el surgimiento del alfabeto soportado primero en la transmisión hablada y luego escrita. La diferencia tajante entre las sociedades apoyadas en un alfabeto escrito a mano y aquellas posteriores a la invención de Gutenberg marcan otro hito fundamental al que quiero referirme particularmente.

En su investigación, el autor canadiense llega hasta la “era eléctrica”, donde propone -a partir de su Galaxia Gutenberg- que la comunicación de los seres humanos ha creado una membrana de palabras y sonidos alrededor del planeta, haciendo su voz y sus mensajes omnipresentes a través de los cinco continentes y por encima de todos los océanos (McLuhan 1962). Afirmación que propongo leer con la última clase de El reverso de psicoanálisis, titulada por su compilador “Los surcos de la aletósfera” (Lacan 1970).

“El medio es el masaje” dice McLuhan (1967), para equivocarlo con “el medio es la era de las masas” (the mass-age), justamente un período de tiempo, una época. Por último, el aforismo más conocido: “el medio es el mensaje” o, para decirlo de otro modo, los sujetos que utilizamos los medios somos antes “utilizados” por ellos, de modo tal que nos moldean según sus características.

En nuestra civilización del espectáculo (Sartori 1997), cultura de lo visual, si seguimos los desarrollos de McLuhan hablamos palabra escrita. Esto coincide con la perspectiva analítica: los analizantes hablan palabra escrita, los analistas escuchamos palabra escrita. Dicho de otra manera: lo visual de la palabra nos remite a su forma escrita.

De lo anterior se desprende que al hablar o al escuchar -es decir, al ser masajeados por el lenguaje- la palabra pronunciada o escuchada remite a su forma escrita, a diferencia de las sociedades de tradición oral y analfabetas, en las que el hablante o el oyente no disponen de las escansiones aportadas por lo visual de la grafía.

Por consiguiente, la prestancia del locutor y las resonancias sonoras evocan encantamientos mágicos y ensalmos presentes de modo ostensible en las sociedades analfabetas -aunque no exclusivamente, por supuesto-. Esto ha sido constatado por Frazer, tal como lo consigna Freud en sus textos “sociológicos”.

Palabra-gadget

En nuestro tiempo, en una época que no sabemos cuál es ni podemos saber cómo se llamará a partir de las décadas siguientes, cuando se establezcan sus parámetros y características -cuando sea leída-, observamos que ciertos rasgos del capitalismo intensivo y tecnológico han hecho de la palabra un gadget. Sí, la palabra, el único medio del que nos servimos en el análisis para aproximarnos a la relación entre verdad y deseo (Lacan 1953). Se trata del aspecto visual de la palabra, la imagen de ese elemento simbólico discreto, una palabra “des-palabrada” o “a-palabrada” (Lacan 1972) y como tal convertida en cosa -objetalizada, cosificada-. Aunque no en el sentido de Das Ding que podría “elevar el objeto a la dignidad de la cosa” (Lacan 1959) sino más bien como una “a-cosa” (Lacan 1970).

Hoy la palabra es gadget bajo al menos tres formas (y seguramente muchas otras): el botón “comprar” de las Apps; el link activo (al final de cuentas el “botón comprar” es un link activo vestido de botón); la noción de “llamado a la acción” incluido en una historia, estado, posteo o al final de un video de Instagram, Facebook o YouTube. Estos tres ejemplos muestran la “gadgetización” de la a-palabra, a-cosificada, que en cualquiera de estos modos de presentación funciona como oferta de satisfacción directa de la pulsión por vía de un circuito abreviado con un vínculo de acceso disponible en la pantalla.

Dicho de otra manera, la a-palabra “gadgetizada” por la dinámica capitalista -fuerzas del mercado- parasita el único medio que analizantes y analistas tenemos para tender un puente hacia elaboraciones que eviten la satisfacción de circuito corto, inmediata, proponiéndole a la pulsión otros destinos menos sufrientes por medio de rodeos y coreografías que enlacen a otrxs y arranquen al sujeto de su autoerotismo consumista.

El lenguaje es un campo minado donde cada a-palabra puede ser un link activo, “llamado a la acción” de vaya a saber qué cosa que arranque al analizante de la escena simbólica y lo arroje fuera de la transferencia y de toda elaboración posible con el esfuerzo equivalente a un “click”, cronolecto que arrastra hasta nuestros días de pantallas táctiles la evocación del ruido de una tecla que, al ya no ser necesaria, denota una acción silenciosa como la pulsión de muerte.

Este panorama caracteriza una experiencia -evito decir “época”- cuyo signo convulso es el vértigo imperativo del “consume ya” / “pasa a la acción”/ “compra” desde cualquier pantalla y a cualquier hora, incluso cuando se habla remotamente con el analista.

“Llamados a la acción” sembrados en simpáticos pop ups mudos nos invocan desde las pantallas de nuestros dispositivos mientras nos analizamos o escuchamos a nuestros analizantes. La privación de esta oferta de satisfacción inmediata y omnipresente es uno de los modos de la abstinencia en el psicoanálisis de hoy.

*Martín Alomo es Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Docente del Doctorado en Psicología y de la Maestría en Psicoanálisis (UBA). Codirector de la Maestría en Psicopatología (UCES). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).