Mónica Argamasilla

El arte como denuncia

LAS LECTURAS

Mónica Argamasilla*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mónica Argamasilla
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Durante siglos ha prevalecido el debate acerca de la pureza del arte; es decir, el arte por el arte. Una expresión que no obedece a segundos motivos, una expresión voluntaria y pura del artista.

Sin embargo, hay quien defiende la teoría de que el arte puede tener una utilidad además de su mera expresión artística; es decir, puede servir como un instrumento de denuncia.

Y entonces viene el verdadero dilema, ¿si el arte tiene un objetivo concreto pierde su pureza?

El arte es un medio que puede llegar a impactar de modo positivo al espectador, entonces, ¿por qué no utilizarlo con el fin de mostrar una realidad incómoda?

Muchos creadores en distintas épocas han hecho de la expresión artística un vehículo para llegar al alma de grandes multitudes; ya lo hizo Picasso con su Guernica o los muralistas en la época posrevolucionaria en nuestro país. Pero, ¿es esto es válido?, ¿quita mérito artístico a la obra?

En un mundo tan complejo, el arte nos ayuda a mirar lo que nos rodea con una visión distinta, con los ojos del alma. Observar desde otra perspectiva nos permite dar un giro a nuestras ideas y prejuicios, es por esto que el arte desde un reclamo genuino y comprometido con la sociedad, ha querido servir de vehículo para denunciar injusticias y causas sociales.

Exposiciones con un fin temático, denunciando hechos que preocupan y ocupan a la sociedad, tópicos como la violencia, feminicidios, igualdad de género, inclusión, racismo y política, han sido motor creativo de múltiples creadores.

Quizá es la necesidad de llegar a un público más amplio con un reclamo genuino. Una forma no violenta de despertar conciencias, pero el arte se ha convertido en un instrumento cotidiano para hacer ruido, para llamar la atención.

Los cambios sociales siempre se acompañan de cambios artísticos. Uno y otro van de la mano con las distintas voces que componen una sociedad.

Las obras artísticas son un vehículo que busca provocar una catarsis en el espectador, realizar cambios profundos desde el interior. Una pintura, una pieza musical, un buen libro, una escultura e incluso una obra de la arquitectura, busca deleitarnos sensorialmente. Cada una tiene una forma personal y particular de conectar con nosotros; ¿qué nos provocan?, ¿qué mueve en nosotros?, ¿qué nos comunica? Si cada uno percibe una sensación única e irrepetible, el arte tiene entonces posibilidades infinitas, una manera única de conectar con la cultura, y entonces poder hacer un cambio.

Ésta es la tesis que defiende que el arte no sólo sirve para denunciar, sino que debe hacerlo. Funcionar como un hilo que conecte al artista y su mensaje con su receptor.

¿Cuándo deja de tener valor artístico una obra que busca denunciar? En mi opinión, esto tiene que ver únicamente con la calidad artística de ella. Cualquier pieza que se conciba desde el más puro sentimiento y logre conectar con su espectador, es considerada arte. No importa si ésta tuvo un motivo secundario a la hora de su creación. Pero en ocasiones, el artista se pierde tanto en la denuncia que se le olvida imprimir su alma en el objeto artístico y entonces es que pierde validez.

Las emociones, los sueños, las ideas, todo se resume en lo que al autor plasma y el receptor intuye. Si el camino fluye es arte. Y si éste tiene el objetivo de concientizar o manifestar únicamente, se debe cuidar la pureza de la emoción, un equilibrio entre lo que se siente y lo que se piensa.

Cuando son tantas las causas sociales que requieren atención, cualquier vehículo es válido. Un mundo que necesita comunicar su impotencia necesita de canales diversos para circular su mensaje, y no hay mejor forma de manifestarse que a través de las infinitas posibilidades que sólo el arte puede brindar.