POLITICAL TRIAGE

La democracia en juego

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Montserrat Salomón
Montserrat Salomón
Por:

A 43 días de la elección, la muerte de la jueza del supremo Ruth Bader Ginsburg incendia el escenario político estadounidense elevando la apuesta en las urnas. Para unos está en juego el asegurar que la Corte esté controlada por el pensamiento conservador que salvará el alma del país; para otros está en juego la democracia misma, al poder convertir este organismo en un arma política definitiva que desequilibre la balanza y dejar de lado su independencia como organismo autónomo.

Lo cierto es que desde hace años esta instancia de gobierno se ha politizado cada vez más, convirtiéndose en un brazo más del bipartidismo polarizado. Estamos ante una nación dividida y con enconos cada vez más marcados en donde el diálogo razonado, característica que debería ostentar la Suprema Corte, está ausente. Todo se ha convertido en una batalla por la ostentación del poder. Todo, incluso la elección de los magistrados de la Corte.

En la administración de Obama, se abrió un espacio en la Suprema Corte justo a 10 meses de las elecciones presidenciales en las que ganó Trump. En ese momento, el republicano Mitch McConnell argumentó que sería irresponsable votar por la aprobación de un nominado de Obama en año electoral. Lo correcto, dijo, era esperar y ver el resultado de la elección para hacer justicia a la decisión del pueblo. Ahora no faltan 10 meses, son 43 días para la llamada a las urnas. Sin embargo, un desvergonzado McConnell vuelve a mostrar que el Senado está a las órdenes del presidente y ya declaró que se votará y aprobará al nominado —quien sea, no importa— de Trump.

La realidad es que el Partido Republicano tiene la facultad de llenar el espacio de la jueza Ginsburg si así lo desea, desequilibrando definitivamente la orientación de la Corte por los años venideros. Lo preocupante es lo que esto demuestra del clima político en Estados Unidos. La división es palpable y los políticos juegan con las emociones de la gente para exacerbarla. La cohesión social está hecha añicos y no se ve por dónde pueda llegar la necesaria reconciliación social para afrontar la crisis económica en la que el mundo está entrando.

Independientemente de nuestra afinidad política deberíamos desear que los magistrados de la Suprema Corte fueran personas con criterio propio y de gran altura moral. Por esto me refiero a que estén, entre otras cosas, por encima de las influencias partidistas y que no se consideren empleados de una ideología particular. Sería una pena que se llenara el espacio de la jueza Ginsburg en medio de una batalla electoral. Que se use como bandera en las campañas sólo es muestra de la descomposición de un sistema que ha hecho de la confrontación su botín electoral. Todos pierden en este escenario.