Haití: el rostro del hambre

POLITICAL TRIAGE

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Haití es el país más pobre de América. En él, el 60% de la población vive en la pobreza y 24%, en pobreza extrema. Vecino de la República Dominicana, un paraíso para el turismo, la isla caribeña entraña un panorama desolador azotado constantemente por desastres naturales que no le dejan levantar la cabeza.

Desde aquel terremoto del 2010 en el que murieron más de 300 mil personas, la situación se agravó. La crisis humanitaria fue inmediata y le siguió un recrudecimiento de la crisis económica, terminando en tensiones políticas y violencia. Sin haberse recuperado del golpe y recibiendo migajas de ayuda internacional, huracanes y nuevos sismos acaecieron durante la última década, culminando con la llegada de la pandemia de Covid-19. Si a este escenario le sumamos el asesinato del presidente, Jovenel Moïse, tendremos la tormenta perfecta y el colapso de una nación.

Como puede verse, la última década ha sido fatídica para un país que ya estaba en problemas graves. Por esto, la actual ola de migrantes que buscan una oportunidad para sobrevivir en tierras extranjeras era totalmente previsible. En Haití no hay futuro, los padres toman a sus hijos en brazos y se lanzan a un camino que saben es peligroso, pero consideran que las probabilidades siguen estando en favor considerando la desolación que dejan atrás. Es un desastre humanitario.

Estas personas huyen de la muerte y buscan un escape en países latinoamericanos con cierta estabilidad económica como Chile y Brasil. Sin embargo, la pandemia tampoco ha sido benevolente con esas naciones y las oportunidades son escasas. Actos de odio y xenofobia acompañan a los migrantes en un camino lleno de trabas administrativas para poder integrarse y conseguir empleo. Ante esto, miles de ellos voltean ingenuamente hacia el norte, pensando que correrán mejor suerte en su camino hacia Estados Unidos.

Las fronteras estadounidenses siguen cerradas desde que Trump apelara a la pandemia para hacerlo. Biden se ha escondido detrás de la decisión de su predecesor. Así las cosas, en México siguen apareciendo camiones repletos de familias y menores que viajan solos y que se ponen a disposición de organizaciones criminales que lucran con su desesperación.

Pero seamos sinceros, a nadie le importó Haití en aquel terremoto y a nadie le importa ahora. Sólo llega a los noticieros porque ahora la presencia de los migrantes nos ofende la vista. No queremos ver su pobreza, nos molesta su sufrimiento. Además, sin duda, hay un factor de racismo en el maltrato que sufren estas personas. Haití lleva décadas pidiendo ayuda y dejamos que se hundiera. Ahora los rostros de sus niños nos interpelan buscando que reconozcamos en ellos rasgos de humanidad y actuemos en consecuencia.