La ciencia estrangulada por ¿la pandemia?

ANTROPOCENO

Por:

Esta semana les informaron a los centros de investigación científica (Cinvestav, Cide, etc) que el Gobierno retirará 75% de su gasto de operaciones. En la UAM nos enteramos que 110 millones del presupuesto deben ser “reservados”.

A los colegas que se lamentan públicamente, algunos ciudadanos les reviran: “¿No se han enterado que estamos en una pandemia? ¿Que habrá 20 millones de pobres más?”.

Pero esas medidas vienen precedidas, desde el inicio del sexenio, por ruidosas condenas a científicos que viajan a congresos y, ahora, con la desaparición de fideicomisos.

“En México, no obstante que su aparato científico y tecnológico aumentó notablemente en las últimas tres décadas, ni pobreza ni desigualdad disminuyeron, ni el deterioro ecológico del país descendió, todo lo contrario. ¿Para qué queremos un estilo de quehacer científico que no resuelve estas dos magnas crisis?”. Lo anterior lo escribió el secretario de Medio Ambiente, Víctor Toledo, haciendo referencia al Dr. Antonio Lazcano, líder de un movimiento de investigadores críticos.

La Dra. Elena Álvarez-Buylla, directora del Conacyt, ha negado que exista una persecución contra Lazcano o hacia científicos del Cinvestav, que son partidarios del uso de transgénicos (que ella combate desde hace años). Pero sí confiesa que ha imprimido un giro profundo a la política científica: atención prioritaria a grandes problemas nacionales, como la salmonela y la leucemia infantil, el fin de subsidios a grandes empresas para innovaciones frívolas (¡como colorantes para comida chatarra!) o el aprecio por los saberes agroecológicos tradicionales. Esas metas, que yo comparto, han sido acompañadas con eslóganes nacionalistas, como la fabricación de respiradores para Covid-19 con “tecnología 100% mexicana” (que, por cierto, no lograron estar listos).

Que se polarice la política es malo, ¡pero que la ciencia marche detrás de ideologías esquemáticas puede ser alienante! Eso está ocurriendo en todo el mundo frente a la crisis ambiental. Muchos investigadores creen que la única solución para evitar un colapso mundial es el decrecimiento y renunciar al desarrollo tecnológico. Otros, por el contrario, piensan que si los combustibles fósiles nos han traído al borde del abismo, la alternativa es una nueva revolución industrial, pero verde.

La crisis ecológica es tan grave, que necesitamos ambas cosas: desarrollo sustentable y decrecimiento en países hiperconsumistas. Nuevas tecnologías y vuelta a saberes tradicionales. Sostenibilidad (conservar lo que nos queda) y resiliencia (prepararnos para la tormenta). La pandemia ha probado que esa combinación es posible: podemos viajar menos en coche y en avión, y hacer teletrabajo y videoconferencias, precisamente gracias a las nuevas tecnologías.

Frente a las caravanas de campesinos hambrientos por la devastación de sus plantaciones de café por la roya, ligada al cambio climático, los científicos podrían mezclar en laboratorio granos de café gourmet con otros resistentes. ¿Por qué deberíamos recurrir a la biología molecular para salvar a los niños con leucemia y no para rescatar de la ruina a miles de productores humildes?