El CIDE y la gestión de las ciencias sociales

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Las instalaciones del CIDE, en una imagen de archivo.
Las instalaciones del CIDE, en una imagen de archivo.Foto: Especial
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La idea del neoliberalismo mexicano, entre 1982 y 2018, que ha adoptado el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, supone la fuerte certeza —todavía no confirmada— de que ha comenzado una nueva era en la historia de México. Lo que no queda tan claro en esa narrativa es la ruptura del periodo neoliberal con el inmediatamente anterior, el del así llamado “desarrollo estabilizador”.

La discontinuidad, aseguran Luis Aboites, Ariel Rodríguez Kuri y otros historiadores, se plasmó en aspectos centrales de la política económica y social posterior a 1982. Pero en la política cultural y educativa hubo más continuidad que ruptura y, de hecho, las capacidades del Estado en la gestión de esas áreas se dilató. Entre los años 80 y 90, la emergencia de nuevas universidades privadas no limitó la amplia infraestructura de la educación superior pública, que multiplicó sus recursos, becas y matrículas.

La reducción de 75% del presupuesto de algunas de esas instituciones y la eliminación de fideicomisos, con los cuales se complementaba el financiamiento público, es un golpe seco a la gestión de las ciencias sociales en México

Instituciones como el Cinvestav, el CIESAS, el CIDE o el propio Conacyt fueron creadas antes de 1982. El Cinvestav surgió en 1961 bajo la dirección del fisiólogo Arturo Rosenblueth Stearns, el Conacyt en 1970, el CIESAS en 1973 y el CIDE en 1974, impulsado por la economista Trinidad Martínez Tarragó y un grupo brillante de académicos como el uruguayo Samuel Lichtensztejn y los chilenos Luis Maira y José Miguel Insulza, que se refugiaron en México tras las dictaduras militares del Cono Sur.

Tanto el CIESAS como el CIDE surgieron como centros de investigación y docencia del Conacyt. El aporte de esas instituciones al desarrollo de las ciencias sociales en México ha sido decisivo. Una dimensión de ese aporte es difícil de medir, puesto que tiene que ver con el avance del saber académico de las humanidades, pero otra es claramente mensurable, ya que ha respondido a demandas concretas de políticas públicas a nivel federal, estatal y municipal.

La reducción de 75% del presupuesto de algunas de esas instituciones y la eliminación de fideicomisos, con los cuales se complementaba el financiamiento público, es un golpe seco a la gestión de las ciencias sociales en México. La argumentación oficial que justifica esos recortes, además de opaca en cuanto al destino del presupuesto que se enajena, es confusa e incurre en valoraciones sin sustento, como que se trata de instituciones “neoliberales” o que hubo casos —ni documentados ni procesados— de “corrupción”.

Como recuerdan tantos egresados de esa institución, en estos días, el CIDE ha sido un centro educativo ejemplar en cuanto a movilidad social, gracias a las becas otorgadas por Conacyt durante décadas. Allí han obtenido formación de excelencia en ciencias sociales miles de jóvenes de bajos recursos. Esa vocación social de la educación superior en México también está en juego

Puedo hablar con alguna propiedad del CIDE, donde por más de veinte años fui profesor e investigador. Bajo las direcciones de Carlos Bazdresch, Carlos Elizondo, Enrique Cabrero y Sergio López Ayllón, esa institución se convirtió en uno de los centros de excelencia más productivos del país y consolidó una proyección internacional fácilmente comprobable. En las últimas décadas el CIDE ha producido investigaciones de gran impacto sobre temas prioritarios como gobernanza municipal, economía de la salud, reducción de la pobreza y la desigualdad, multilateralismo internacional y estado de derecho.

Profesores eméritos de esa institución son el economista Kurt Unger, experto en procesos industriales y tecnológicos, Jean Meyer, referente de la historia social y religiosa en México y América Latina, y Ugo Pipitone, investigador que siempre ha defendido el papel del Estado en la distribución equitativa del ingreso. Por el CIDE han pasado, en los últimos años, pensadores como Lawrence Whitehead, Jon Elster, Patrice Gueniffey y Thomas Piketty, nada sospechosos y, en algunos casos, críticos del neoliberalismo.

Como recuerdan tantos egresados de esa institución, en estos días, el CIDE ha sido un centro educativo ejemplar en cuanto a movilidad social, gracias a las becas otorgadas por Conacyt durante décadas. Allí han obtenido formación de excelencia en ciencias sociales miles de jóvenes de bajos recursos. Esa vocación social de la educación superior en México también está en juego.