La renovación política en Francia

La transformación del sistema de partidos es un fenómeno constante de las democracias, que se acelera en los últimos años. En varias naciones europeas, los partidos socialdemócratas y democristianos clásicos, de antes y después de la Guerra Fría, han dejado de ser mayoritarios, aunque en algunas, como Alemania, regresen al poder por medio de coaliciones, como la que encabeza Olaf Scholz.

En la actual mutación del campo de los partidos políticos intervienen tanto el agotamiento de los consensos liberales de fines del siglo XX como el ascenso de nuevas derechas y nuevas izquierdas, que avanzan desde los extremos. Parece equivocado, sin embargo, asociar esa alteración en la red de asociaciones políticas hegemónicas con un cambio de régimen, como sostienen en México varios ideólogos del partido oficial, o con una crisis terminal de la democracia, como quisieran los actores más dogmáticamente antiliberales.

Lo que sucede en Francia, en estos días, ofrece pistas para pensar la renovación de una democracia por la vía del cambio en el sistema de partidos. El último gobierno socialista francés, el de Francois Hollande, llegó al Palacio del Elíseo con 28% de los votos, cuando Francois Mitterrand ganaba la presidencia, en los años 70 y 80, con más de treinta e, incluso, de 40% de los votos. La última variante de la derecha centrista francesa, la antigua UMP, hoy llamada Los Republicanos, que alcanzó el poder ejecutivo con Jacques Chirac en los 90, y el Partido Socialista, quedaron por debajo del 5% en las últimas elecciones presidenciales.

En aquellas elecciones de abril, Emmanuel Macron, que más que una derecha tradicional encabeza una coalición nueva, que oscila entre los bordes del centro, logró reelegirse. La segunda opción más votada fue Marine Le Pen, heredera del viejo Frente Nacional, que ha sostenido consistentemente posiciones nacionalistas, xenófobas y antiglobalistas y no ha ocultado sus simpatías por Donald Trump y Vladimir Putin.

Las más recientes elecciones legislativas han producido un panorama claramente distinto. Jean-Luc Mélenchon, líder de Francia Insumisa y de la llamada Nueva Unión Popular, Ecológica y Social (NUPES), movimiento que por el flanco izquierdo refunda y disloca los referentes del socialismo y el comunismo tradicionales, empató con el partido oficial, a pesar de obtener menos del 22% en las elecciones presidenciales. El empate podría producir la pérdida de mayoría absoluta del macronismo en la Asamblea Nacional.

Este 19 de junio, Francia podría amanecer con la presidencia en manos de un partido, una primera fuerza opositora de derecha a nivel nacional y una oposición parlamentaria liderada por la izquierda. Luego de las primarias legislativas, Mélenchon declaró victoria y aseguró que ocuparía el cargo de primer ministro, pero esto sólo sucedería si la NUPES gana la mayoría en la Asamblea, lo cual es poco probable.

Haya o no cohabitación, el segundo periodo presidencial de Emmanuel Macron se verá atenazado por dos fuerzas opositoras con bases electorales sólidas, ubicadas en las antípodas del espectro ideológico. Hasta ahora, Macron ha podido sacar ventaja de su condición centrista, pero con el inevitable desgaste del segundo mandato, le resultará más difícil. De no alcanzar mayoría en la Asamblea, el presidente perdería la opción de consolidar socialmente su fuerza política por medio de reformas.

Si el alto nivel de abstención que vimos en las primarias (53%) se mantiene en la segunda vuelta, las probabilidades de la cohabitación aumentan. Mientras más franceses salgan a votar, más margen de pluralización parlamentaria habrá en el resultado. De lo que no cabe duda es que tras estas elecciones, la vida parlamentaria y política francesa se intensificará, como pocas veces en años recientes, dada la relativa equivalencia electoral entre las tres fuerzas políticas contendientes.