Valeria López Vela

La retórica del miedo al talibán

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Es famosa la frase de Maquiavelo que señala que “el Príncipe no debe ser odiado ni amado, sino temido”. La idea ha rondado en mi cabeza por los trágicos acontecimientos en Afganistán.

En tan sólo diez días, los milicianos talibanes recuperaron territorios y ciudades hasta llegar a Kabul, la capital. Tomaron el país frente a la mirada atónita de la comunidad internacional y el miedo irracional de los afganos que huían despavoridos.

En dos ocasiones he visto, en vivo, transmisiones de televisión que mostraron cómo varias personas perdían la vida, por la desesperación del momento. La primera vez, fue hace veinte años, en la transmisión del ataque a las Torres Gemelas. Los televidentes no terminamos de comprender lo que ocurría cuando, de pronto, vimos a varias personas saltar del rascacielos en llamas: aterrorizadas por el fuego, listas para perderlo todo.

La segunda ocasión fue apenas hace un par de días en la transmisión del despegue de los aviones de la Fuerza Aérea de Estados Unidos; mientras los comentaristas hablaban de la sombra de derrota política, varias personas desesperadas se aferraron a las puertas del avión, solamente para caer antes de terminar la pista.

Recordar esas imágenes hace me tiemblen los labios.

Aristóteles, en la Retórica, escribe que “el miedo es un cierto pesar o turbación, nacidos de la imagen de que es inminente un mal destructivo o penoso”. Así, las personas que prefirieron perder la vida lo hicieron porque consideraron que la amenaza era inminente y destructiva. Es claro que, en el caso del edificio en llamas, las condiciones de inmediatez y amenaza destructiva son verídicas. Sin embargo, en el caso de la toma del avión, la inmediatez no es definitiva.

Con ello, no quiero desestimar las decisiones de las personas, sino señalar que el Talibán ha utilizado una efectiva retórica de miedo que les ha facilitado el camino; la crueldad y la sinrazón de sus actos hacen que las mujeres huyan, los hombres se escondan y el gobierno se rinda sin haberlo intentado todo.

Dicho de otra manera, en la deliberación ética y política sobre cómo responder a la amenaza talibán, la mayoría de los involucrados directos tienen más miedo que confianza en ellos mismos. Y esto es, en mi opinión, el principal obstáculo para restablecer las condiciones de gobernabilidad en Afganistán.

El país podría estar respaldado por Rusia, por Estados Unidos o por China y el resultado sería el mismo, pues el miedo fortalece la estructura de la sumisión y hace que la dominación ocurra de manera inevitable.

¿Qué hacer? Primero, desarticular la imagen de los talibanes para crear la percepción pública —interna y externamente— de que se trata, sin duda, de un grupo poderoso, pero no invencible. Segundo, descartar la retórica antinorteamericana que cuenta esto como “una derrota más de los gringos”, pues desenfoca el problema real. Los afganos se merecen la oportunidad de crear su propio país: más allá de protectorados y dominaciones.  Y en eso debemos ayudarlos.