Trump: de presidente a represor

ACORDES INTERNACIONALES

VALERIA LÓPEZ VELA
VALERIA LÓPEZ VELA
Por:
  • Valeria López Vela

Casandra, el personaje de la mitología, tenía un don que era —al mismo tiempo— una maldición: era capaz de anticipar el futuro pero nadie confiaría en sus palabras. Así, cuando vaticinó la caída de Troya, nadie le creyó. Tampoco cuando develó la trampa escondida en el Caballo que acabaría con la ciudad. ¡Pobre, Casandra! Cuando imagino su frustración suelo pensar que solamente hay algo peor que no tener razón y es, tenerla. 

Desde los días de la nominación para ser candidato del Partido Republicano, Trump se presentó como un intolerante, de sobrada confianza, limitada inteligencia y ambición exacerbada. No había muchas razones para creer que sería un buen candidato; tampoco, un presidente responsable.

La retórica del odio enardecía a las multitudes; los tuits incendiarios tenían en vilo al mundo entero, especialmente a nuestro país. Durante años, no mostró vergüenza alguna por su misoginia ni por las acusaciones de violencia sexual. Parecía que nada despeinaba al habitante de la Casa Blanca.

El respaldo de David Duke, uno de los líderes más visibles de la Ku Klux Klan, tanto a la campaña como a la presidencia de Trump encendía todas las alarmas de violencia. Por un lado, la retórica del supremacismo blanco se sentía protegida por el presidente; por el otro, la ambición por mantener el poder hizo que la alianza evangélica impusiera a jueces conservadores en la Suprema Corte, garantizando así la impunidad.

El plan era claro: Make America Great Again quiere decir Make America White Again: la América grandiosa que anhelan Trump y sus secuaces es blanca, evangélica y conservadora.

A pesar de todo esto, los republicanos lo hicieron presidente y lo han acompañado en el delirio de su administración; respaldando, incluso, frente a las pruebas incontrovertibles que desencadenaron el juicio de impeachment.

En ese sentido, tienen tanta responsabilidad Trump como sus colaboradores y sus aliados partidistas en las revueltas sociales desencadenadas a raíz del asesinato de George Floyd.

En ese contexto, la respuesta de Trump del lunes por la tarde era absolutamente previsible: minimizar los hechos, ignorar los reclamos, culpar a las víctimas y reprimir. No debemos sorprendernos por esto. Lo insólito habría sido que actuara conforme a la Constitución y respetara la Primera Enmienda; lo inaudito habría sido que no utilizara la desgracia para granjearse favores electores. Lo realmente excepcional habría sido que se comportara como un hombre decente.

Frente a cada exabrupto, decreto violatorio de derechos humanos o descalificación de los grupos vulnerables, los miembros del partido republicano han guardado silencio al tiempo que se lisonjean entre las mieles del poder.

Y no, no hacía falta tener el don de Casandra para poder ver el futuro; sólo hacía falta saber que de los discursos de odio se derivan los crímenes de odio y que la respuesta a ellos ya no es el sometimiento, pues si algo nos dejaron las desgracias del siglo pasado es la capacidad de organización, respuesta y resistencia.