Valeria López Vela

La última trumpada

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela
Valeria López Vela
Por:

En la literatura clásica, los héroes tienen la fortaleza suficiente para gozar de los placeres, al tiempo que se protegían de ellos. Pensemos, por ejemplo, en Ulises, quien no renunció a escuchar el canto de las sirenas, pero tampoco se dejó enloquecer por sus voces: sabiamente, se hizo amarrar antes de caer hechizado y perderse en el delirio.

Los políticos de nuestros días deberían seguir el ejemplo de Ulises y, antes de iniciarse en los placeres del poder, establecer medidas de autocontrol que los salven de ellos mismos.

A catorce días del cambio de poderes, Donald Trump se comporta como un ebrio —de poder, en este caso— al que los meseros no quieren servir más bebidas, se le ha agotado el dinero para pagar, los amigos están hartos de su “mala copa política” y es el hazmerreír de la clase política internacional.

El “empresario” —convertido en presidente— quiere ganar las elecciones, aunque las haya perdido. Y, para conseguirlo, lo ha intentado todo: notificaciones falsas en Twitter, declaraciones explosivas, litigios sinsentido, amenazas a los funcionarios. Todo. Y nada ha resultado.

Malas mañas Trump ha usado, el arsenal de estafas y trampas más pusilánime del que se tenga memoria. Ha hecho que el inevitable proceso de transición sea lastimoso para la ciudadanía y, en especial, para su hijo Barron quien evaluará los últimos días de su padre, en la Casa Blanca, en su primera juventud, dentro de 15 años, con la nitidez que da la óptica del tiempo.

La desesperación mostrada por Trump por quedarse con el poder debe ser, directamente proporcional, a su adicción y a sus temores. Sabemos que ni la veracidad ni la legalidad son dos de los hábitos conductuales del todavía presidente; tenemos noticia, además, de las varias investigaciones que se encuentran abiertas; asimismo, a nadie sorprendería que terminara preso alguien que tiene a la mayoría de sus amigos tras las rejas.

Es de llamar la atención, la forma en la que los amigos del bandido Trump aceptaron unir sus voces y sus silencios para intentar minar a Joe Biden. El republicano Ted Cruz tiene, sin duda, una personalidad política compleja: extravagantemente conservadora; a pesar de ello, no se le había visto mostrar desprecio por su propio país.

No queda duda de que el poder es el mayor afrodisiaco; por eso, los hombres sabios administran tanto mejor sus éxitos que sus derrotas. Las estampas, frases y anécdotas que nos proporcionan los últimos días del periodo de Trump son, al tiempo, las imágenes del final de una tenebrosa borrachera y la radiografía de la bancarrota existencial de un adicto al poder.

La última trumpada tiene la estructura de una pieza de tragedia clásica, en la que el héroe no es tal pues al personaje le falta el talante y le sobran los abucheos; en este triste cierre, los espectadores solo podemos sentir compasión y olvido.