Valeria Villa

Amor y neurosis

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hace unos meses asistí virtualmente a un seminario sobre los textos freudianos de la vida erótica, que impartieron Marina Esborraz y Luciano Lutereau. El primer encuentro fue una revisión sobre un texto de 1910: Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre (Contribuciones a la psicología del amor, I) y que es uno de los muchos textos de Freud que envejecieron bien.

En este texto, la vida erótica es despatologizada y queda fuera de la lógica de la enfermedad. No hay un camino moral para los infieles o para quien tiene amantes ni tampoco existen escenarios ideales en la vida erótica. Sólo se abordan de modo clínico cuando al paciente le ocasionan sufrimiento. En este ensayo, aparecen, como el título lo señala, condiciones puntuales que algunos hombres necesitan para enamorarse.

Los celos no siempre son fuente de sufrimiento y en todo caso lo que puede hacerse es analizar el cómo, cuándo, dónde y con quién se sienten. La terapia no sirve para que alguien deje de tener celos. Freud nos dice que el gran operador clínico es el complejo de Edipo y no las defensas, es decir, qué tanto tolera un hombre quedar excluido de la vida de su pareja. Hoy en día los hombres pueden sentirse celosos del trabajo, de las amigas y hasta del primer hijo cuando nace. Hay un goce masoquista de quien se siente excluido. De quien no soporta que la mujer tenga placer con alguien más. Placer no con referencia exclusiva a lo sexual. Placer también es divertirse más con otras personas. Hay parejas que le preguntan al otro con quien se ríen tanto cuando hablan por teléfono. Aceptar que no se le pueden dar todos los placeres a la pareja sería un principio para entender los celos. Abandonar la idea de que toda la alegría tiene que venir de la pareja sería saludable. Que al hombre le moleste que disfruten sin él y que busque una relación de mucha dependencia, es una continuación del Edipo en la vida adulta. Esperar ser todo para alguien es algo muy infantil. Freud habla también de la necesidad que tiene el hombre de sobreestimar a unas mujeres sobre otras. Es el amor idealizado de quien no tolera la falla, el defecto, la humanidad. Al idealizar, también se vive en el pensamiento binario que separa mujeres decentes de las putas (entendidas como mujeres que disfrutan el sexo y que pueden sustituir fácilmente al compañero sexual). Aquí aparece la neurosis frecuente del hombre que no puede desear en donde ama ni amar en donde desea. El médico de Viena apunta también la necesidad de algunos hombres de rescatar a la mujer. Quizá hoy en día, haya cada vez menos mujeres que necesiten rescate y el hombre tenga la fantasía de que él la puede cambiar para que sea mejor, desde su perspectiva. Es la fantasía de que el amor rescata de algo. También puede ser el caso de un hombre mayor con una mujer más joven, más inexperta. Algunos, hombres y mujeres, seducen cuando se sienten inseguros. Seducen para no sentirse celosos. Hombres y mujeres son más celosos mientras más seductores son, como efecto de las proyecciones inconscientes.

Finalmente, Freud habla del Don Juan, que no tiene condiciones. Que seduce parejo sin ningún tipo de patrón. Al Don Juan le importa que la lista de mujeres sea larga, mientras más, mejor. Cierro puntualizando que lo escrito por Freud en 1910 conserva vigencia si las descripciones de lo que le pasa al hombre también pueden aplicarse a la mujer, en un mundo en el que las identidades masculinas y femeninas son mucho menos rígidas, mucho más fluidas.