Valeria Villa

La capacidad de estar a solas

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
Valeria Villa
Por:
  • Valeria Villa

Una puede estar con otro y sentirse sola. También puede estar a solas en presencia del otro pero tranquila. El miedo a la soledad es uno de los que con más intensidad determinan la elección de parejas y de amigos con los que quizá ni siquiera se siente una compañía y afinidad auténticas. Para sentirse acompañado es necesario saber estar a solas. Si no hemos desarrollado esta capacidad, vamos a sufrir y a hacer sufrir con demandas infinitas de compañía y sostén como si fuéramos bebés perdidos en el mundo. La pareja no es una pastilla de rescate ni un antidepresivo. Los amigos ayudan a sanar pero no resuelven las fallas internas del desarrollo. El gran Donald Winnicott nos los explicó en 1958, en su luminoso artículo La capacidad de estar a solas, en el que brevemente plantea grandes conclusiones, después de observar cientos de niños como parte de su trabajo como pediatra y psicoanalista infantil: Uno de los signos más importantes de madurez dentro del desarrollo emocional es la capacidad de estar a solas.

El psicoanalista inglés sostuvo que la literatura psicoanalítica se había enfocado, quizá en exceso, en el temor y en la defensa paranoica de estar a solas y no investigó suficiente sobre los aspectos positivos de esta capacidad. Hoy día, sesenta años después de la publicación de este ensayo, es un lugar común decir que no se puede estar bien con otro si no se está bien con una misma, que nadie da lo que no tiene, que hay que aprender a disfrutar de la soledad. Estas frases se las debemos a Winnicott quien, junto con Melanie Klein (El sentimiento de soledad, 1963) hablaron sobre la capacidad de estar apaciblemente a solas como señal de madurez psíquica. Winnicott describe las relaciones unipersonales, cuando la niña está instalada en un narcisismo primario en el que sólo existe ella. Después aparece el vínculo bipersonal con su cuidadora primaria, generalmente la madre. La bebé o la niña muy pequeña se desilusiona al descubrir que la madre no es producto de su mente y a veces falla y la abandona, aunque sea por periodos breves. Klein llama a este momento la posición depresiva: Aceptar que la desilusión es parte del amor. Más tarde aparecerán las relaciones triangulares, cuando el padre u otra figura sustituta entren en escena. Ahí la niña experimentará la exclusión y dependiendo de la calidad de la relación de la madre con ese tercero (esposo, pareja, vida laboral, otros hermanos) podrá transitar nuevamente a la relación unipersonal, pero ahora sabiendo que está acompañada desde adentro. Ésta es la paradoja de la capacidad de estar a solas, que es diferente de estar realmente sola, situación que provoca un sufrimiento intenso. Esta capacidad es fruto de muchas experiencias pero sobre todo de una de forma esencial: Estar sola en presencia de la madre. La buena función materna le da a la niña la confianza en la existencia de un mundo benigno donde podrá satisfacer sus necesidades. La niña y después la adulta, capaz de estar a solas, es quien pudo internalizar a una madre que la sostuvo. La niña, entonces, confía en la existencia continua de la madre y puede desarrollar un mundo personal. Relajarse (ser una misma) porque hubo alguien disponible, presente y que no exigió nada. Ésta es la paradoja: Sólo es capaz de estar a solas quien, en sus primeros días, estuvo acompañado y cuidado con toda la atención y empatía de una madre suficientemente buena.