Valeria Villa

Elogio de lo incierto (II)

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
Valeria Villa
Por:

Al amor no se le debería tratar como a una mercancía. Es lo que Daniel Mundo llama capitalismo afectivo que dice: si esa persona no te suma, déjala. Parece que lo de hoy es aplacar las pasiones amorosas porque son excesivas y desbordadas y todo para proponer el desapego, la capacidad de prescindir, esmerarse en no hacerle demasiado caso a los otros para no sufrir. El yo de hoy se concibe omnipotente y responsable de tomar malas decisiones que lo hacen padecer por amor. Es la era, nos dice Kohan, de la fetichización del yo, como si éste lo supiera todo. Hasta las buenas causas como hacer visibles las violencias que atraviesan las relaciones amorosas caen la prescripción y en intentar uniformidad en lo que es diverso. Una relación sana, o libre o igualitaria, se convierte en un objeto más de consumo que deberíamos desear. Alan Pauls las llamó parodias de libertad que imponen la coacción en nombre de la transgresión y el deseo (…) ¿qué pasa cuando se vuelve oficial cierto discurso nacido en la resistencia a lo instituido? Advertirle a alguien sobre lo que es el amor real es paternalista, pedagógico y moralista, porque la senda del Bien no es universal. Los discursos sobre responsabilidad afectiva suponen que el daño siempre lo produce el otro. Rara vez alguien se percibe haciendo daño, odiando, siendo cruel, siendo peligroso. La alternativa ética a la práctica regulatoria sobre el Eros es escuchar. Escuchar es no asumir un posición paternalista, es no hablar por otros.

Dice Kohan: el oxímoron amor libre toma el relevo del sadismo y de la crueldad del superyó y deja deslizar su moralismo: hay que gozar, hay que pasarla bien, no hay que aburrirse, no hay que sufrir. Parece que lo de hoy es emanciparse del amor al que se ve como amenaza del nuevo narcótico y llave maestra: el amor propio. La lógica mercantil aparece de nuevo. A más amor propio, menos daño. Amor propio no como estima de sí sino como paradigma de meritocracia, de hacer las cosas sola, de ser el propio jefe, dueña de una misma, individualista y dueña y señora de la voluntad. El discurso de no necesitar a nadie para alcanzar el bienestar se vuelve la nueva moral, el nuevo imperativo de salud psíquica. Y es que quizá no necesitamos a nadie pero, ¿dónde quedan las ganas y el deseo?

La autoayuda que más vende sostiene que no debe esperarse nada de los otros, pero la omnipotencia del ego puede ser tan dañina como las llamadas codependencias, enemigas de los amores saludables y envidiables. El ideal sobre el amor tiene que ver con la época y con las narrativas políticas. Ser feliz en el amor es una propuesta a ser como todo el mundo. El psicoanálisis le echa a perder la fiesta a los discursos sobre la felicidad y sobre los amores ideales. No promete felicidad, a diferencia de la autoayuda y de las religiones. En realidad no promete nada y sólo intenta indagar en las posibilidades singulares del deseo.

Querer liberarnos de la angustia que implica el amor es una apuesta riesgosa. La angustia, como sugiere Lacan, es el único afecto que no engaña, porque nos posiciona en coordenadas subjetivas un poco más verdaderas y menos buscando la vida ideal. Porque implica una respuesta subjetiva y una brújula en relación con el deseo. Feliz de vivir es aceptar la fragilidad de vivir sin garantías. Barthes se pregunta por qué tenemos que pedirle al amor que sea viable. ¿Por qué lo viable es un Bien? ¿Por qué durar es mejor que arder? El libro de Kohan es, de la mano de muchos autores, un elogio de la duda y la fragilidad, un elogio del secreto contra la compulsión de publicarlo todo, un elogio del tiempo perdido, un llamado a resistir los imperativos que nos instan a no arriesgar, que nos empujan a una vida de sacrificio, neurótica y desapasionada. Que la visibilización de las distintas violencias, tan necesaria en este tiempo, no se lleve puesto el deseo.