Valeria Villa

Métodos para conquistar la felicidad y alejar el sufrimiento

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
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En El malestar en la cultura, Sigmund Freud (Alianza, 1930), explora los caminos que recorremos intentando huir del dolor y buscando el placer. La primera dificultad de esta búsqueda de la “felicidad” es ser capaces de distinguir los límites entre el yo y el mundo. Lo que hay dentro de nosotros, lo que sentimos, lo que queremos, no siempre corresponde con la realidad del mundo y de cómo estamos hechos. La desregulación emocional se presenta cuando se confunden estos límites. Mucho de lo que no se quiere abandonar para evitar el displacer no pertenece al yo sino a los objetos (miedo al abandono). Muchos sufrimientos que se quisieran extirpar son de origen interno, inseparables del yo. La distinción de adentro-afuera permite la construcción del principio de realidad.

¿Qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de la vida, qué pretenden alcanzar con ella? Alcanzar la felicidad y no dejar de ser felices. Esta aspiración tiene dos aspectos: el negativo, evitando el dolor y el displacer. El positivo, experimentando intensas sensaciones placenteras. La felicidad es la satisfacción de anhelos acumulados, pero es un fenómeno episódico. La persistencia de una situación anhelada termina convirtiéndose en tibio bienestar.

Freud piensa en tres fuentes de sufrimiento:

1. La amenaza desde el propio cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación, atravesado por señales de alarma que son el dolor y la angustia.

2. El mundo exterior, capaz de ensañarse contra nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables.

3. Las relaciones con otros seres humanos.

Y expone algunos métodos que usan las personas para evitar el sufrimiento:

El aislamiento voluntario: el alejamiento de los demás, es la forma de protección más inmediata contra el sufrimiento que se origina en las relaciones humanas. El ataque contra la naturaleza: someterla a la voluntad del hombre, empleando la ciencia, que trabaja para el bienestar de todos. La intoxicación: ciertas sustancias producen sensaciones placenteras, modificando las condiciones de nuestra sensibilidad, de manera que nos impiden percibir estímulos desagradables. Los hombres saben que con ese quitapenas siempre podrán escapar al peso de la realidad, refugiándose en un mundo propio que ofrezca mejores condiciones para su sensibilidad. Su peligro: que se disipen estérilmente cuantiosas magnitudes de energía que podrían ser aplicadas para mejorar la suerte humana.

Se puede sacrificar la vida para ganar la felicidad del reposo absoluto (aniquilando los instintos, como proponen las filosofías orientales). También se puede buscar la moderación de la vida instintiva usando el principio de realidad. Los instintos domesticados producen menos dolor que los no inhibidos. La sublimación de los instintos: acrecentar el placer del trabajo psíquico e intelectual. Y existen las ilusiones, que son reconocidas como tales, sin que su discrepancia con el mundo real impida gozarlas. Es el terreno de la imaginación, el goce del arte, que nos aleja momentáneamente de la miseria real. La transformación colectiva y delirante de la realidad: muchos individuos se juntan para procurarse un seguro de felicidad y una protección contra el dolor por medio de una comprensión delirante de la realidad: religiones, cultos, fanatismos, fundamentalismos, que no reconocen el delirio como tal. Encontrar felicidad en la vinculación afectiva con los otros seres humanos. Hacer del amor el centro de todas las cosas. Toda satisfacción deriva de amar y ser amado. El amor sexual puede ser un prototipo de nuestra aspiración de felicidad, aunque jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos. Jamás somos tan desamparadamente infelices como cuando hemos perdido el objeto amado o su amor. La felicidad es un problema, en parte, de la constitución psíquica de cada individuo. Ninguna regla vale para todos. Cada uno debe buscar la manera de ser feliz. El principio del placer se transforma por influencia del mundo exterior, en el más modesto principio de realidad.