Valeria Villa

Perseguidos por la culpa

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
Valeria Villa
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Los conceptos teóricos nos dan ilusión de estabilidad y claridad. Son los “centros” de los textos que describe Derrida. Usarlos como si fueran verdades absolutas rigidiza el pensamiento, pero deconstruir lo deconstruido al infinito, relativiza todo lo dicho, haciendo del conocimiento un pantano de ambigüedades. Aunque sabemos que no sabemos casi nada, sí conocemos algunas cosas y elegimos algunas explicaciones que nos ayudan a entender.

Esta introducción es necesaria para hablar de los pacientes que sufren de culpa inconsciente y su consecuencia: la necesidad de autocastigo. Todo lo que la gente describe como autosabotaje, una voz interna que enjuicia, pero hay que incluir también los padecimientos psicosomáticos. Ser enfermizo o sufrir muchos pequeños y grandes accidentes, son manifestaciones de esta culpa inconsciente, porque, sí, existen afectos que están fuera de la conciencia. Estos pacientes se describen como masoquistas, con una conciencia moral que no sólo distingue el bien del mal sino que persigue. Con un superyó sádico, que no cesa de decirles al oído todo lo que hacen mal y cómo fallan en alcanzar sus ideales. Freud escribió ampliamente sobre el masoquismo, esta relación del placer con el dolor, que no excluye la posibilidad del sadismo. El doctor de Viena acuñó el concepto de superyó, que sirve para entender la pulsión destructiva que se manifiesta como culpa y que tiene que ver con la formación de la conciencia moral. El superyó del niño es una identificación directa con el superyó de los padres. Cuáles son las prohibiciones, las normas que hay que cumplir y dentro de qué límites se puede expresar la sexualidad.

La culpa tiene un papel antropológico y es el fundamento de todas las religiones, que inculcan un superyó de moralidad vacía, que significa prohibir porque así lo dice el libro sagrado o la autoridad eclesiástica. Esta moralidad vacía la forman también los padres que le dicen al hijo que haga algo de su vida pero no le enseñan qué ni cómo hacerlo. Esos padres que persiguen, evalúan, censuran, critican, examinan, pero no explican por qué conviene ser como ellos dicen. Es el padre que termina la discusión diciendo que él manda porque es el papá.

“Lo principal del sentimiento de inferioridad proviene del vínculo del yo con su superyó y, lo mismo que el sentimiento de culpa, expresa la tensión entre ambos”, afirma Freud en la Conferencia 31 (La descomposición de la personalidad psíquica, 1923).

André Green, magnífico psicoanalista francés, explica y amplía los conceptos planteados por Freud en su texto Superyó (en Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo, Amorrortu, 2005), en el que sostiene que el yo se fragmenta y de ahí surge el superyó, que cuando es maligno, se vive como una voz extraña que persigue desde adentro, ordenándole al yo que cumpla con el ideal del yo. El sentimiento de vergüenza está íntimamente relacionado con fracasar en el cumplimiento de este ideal, que es heredero del narcisismo primario. Ése que proviene de la época en la que el bebé era el rey, lo más precioso y perfecto para sus padres. Cuando los papás no se enamoran lo suficiente del bebé y después del niño, este narcisismo primario queda sin resolverse, como una falla que acompaña toda la vida.

Sabemos que un superyó es sano cuando se olvida, cuando cae en el anonimato y sólo se activa como conciencia moral. Sabemos que alguien está enfermo de superyó cuando no se permite el descanso, cuando siente que no ha logrado nada en la vida, que no sabe nada, que todo lo ha hecho mediocremente. Incapaz de reconocerse valioso, tiñe de masoquismo su vida entera. Se castiga de diversos modos, físicos o psíquicos, para expiar la culpa a perpetuidad.