La incomparable Doña

La incomparable Doña
Por:
  • eduardo marin

Este miércoles 8, en plena Semana Santa, estaremos recordando al máximo mito femenino del cine mexicano: la incomparable María Félix. Ese día se cumplen 106 años de su nacimiento en Álamos, Sonora, pero también 18 años de su fallecimiento en la Ciudad de México. Murió el mismo día de su cumpleaños 88.

Nadie como ella simbolizó a la diva. Su figura encarnó la belleza y se volvió leyenda no sólo por haber estelarizado algunas de las películas más celebres del cine nacional (nunca tuvo un papel secundario), sino porque convirtió en un ícono su propia vida, tras su categórico y definitivo retiro de la actuación cuando tenía 57 años de edad. Nunca, durante 31 años, hasta su muerte, volvió a aparecer actuando en pantalla. Actuaba, sí, en las pocas entrevistas que daba en TV, interpretándose a sí misma.

Forjó la figura de mujer de carácter y de respeto, que gozaba su libertad sexual, rompió tradicionales moldes puritanos y confrontó a una sociedad rabiosamente machista que idealizó el patriarcado. Ese es su legado, de innegable trascendencia.

Tres veces ganadora del Ariel del cine mexicano a Mejor Actriz en sólo cuatro años, de 1947 a 1951, por Enamorada, Río Escondido y Doña diabla, recibió en 1986 el Ariel de Oro en la ceremonia más emotiva, más vibrante que jamás se haya realizado en la historia del premio. Los que tuvimos el privilegio de asistir esa noche a la Cineteca Nacional nunca olvidaremos el ambiente que invadió el recinto, la entrega incondicional de un público que se rindió ante el mito y la esplendorosa presencia de La Doña.

María Félix fue la esencia de la llamada Época de Oro del cine mexicano de los 40 y 50, junto con Pedro Infante, Dolores del Río, Cantinflas, Jorge Negrete y Pedro Armendáriz. Debutó en el en 1943, año en que filmó Doña Bárbara, basada en la novela del venezolano Rómulo Gallegos. En 17 años protagonizó 40 películas.

No era una actriz de grandes virtudes histriónicas. No hacía falta. Ella dominaba la pantalla, con su gesto, su mirada con la ceja arqueada y su potente voz. Transpiraba sensualidad, ejercía la seducción y transmitía un aura de poder sobre los hombres. Inmortalizó sus papeles en Enamorada y Maclovia, del Indio Fernández, en pareja con Pedro Armendáriz; en La diosa arrodillada, al lado de Arturo de Córdova, y en Tizoc, junto a Pedro Infante.

“He tenido cientos de hombres, decía, y me han tratado fabulosamente bien. Pero a veces tuve que herirlos para evitar que quisieran someterme”.  Abierta, su postura fue siempre un escudo contra la hipocresía moral. El dinero es importante en la vida, expresaba. “No brinda la felicidad, pero calma los nervios”. Se casó cinco veces, incluyendo sus célebres matrimonios de cuatro años, con Agustín Lara, y de sólo 14 meses con Jorge Negrete, de quien enviudó. Fue la gran estrella de su propia vida.