De Beirut a Santiago

De Beirut a Santiago
Por:
  • gabriel-morales

Misma semana, mismo enojo, mismas demandas. A miles de kilómetros de distancia, en Líbano y Chile, la furia de la población desencadenó esta semana en protestas masivas reuniendo, en el caso de Líbano, a más de un millón de personas en las calles y, en el caso de Chile, ocasionando la mayor crisis en el país desde la etapa de la dictadura militar.

Leyendo distintos análisis de lo ocurrido en ambos países, puede encontrar dos temas recurrentes: la desigualdad y la corrupción, mal al que los manifestantes señalan como el culpable del primero de éstos.

Investigando un poco sobre el tema en Chile, me encontré con varios analistas de la derecha de este país que presentan una crítica interesante a este argumento. Distintos indicadores de desigualdad y pobreza en el país no sólo no han empeorado en los últimos años, sino que incluso han tenido una mejora ligera. Por lo tanto, nos dicen, la desigualdad no está en el origen de estas protestas.

En el caso de Líbano, tampoco ha habido un crisis económica pronunciada. El problema con este análisis es que entiende la efervescencia social como un fenómeno de corto plazo, en lugar de entender estas protestas como la culminación de un enojo y descontento, que se han venido fraguando en las últimas dos décadas en ambos países (y en muchos otros más).

Los primeros efectos de las fallas del modelo globalizador se empezaron a sufrir a inicios de la década de 2000 y culminaron en la catástrofe económica de 2008. La mejoría en todos estos indicadores no supone una mejora real en las condiciones de vida, sino, en el mejor de los casos, un regreso a la mediocre situación de las clases medias y bajas en América Latina y el Medio Oriente, antes de la recesión. Es decir, que el descontento por el fracaso del modelo económico es una constante.

Lo que estamos viendo aquí es una segunda crisis, no ahora del modelo económico, que todos saben ya de su fracaso, sino del modelo político. Mientras que en muchos países, tanto desde la derecha (por ejemplo, Brasil), como desde la izquierda (por ejemplo, lo que muy probablemente sucederá en las elecciones en Argentina) hay partidos y movimientos que han ofrecido una alternativa al modelo reinante, en el caso de Líbano y Chile, el sistema político ha sido incapaz de responder a las demandas de cambio.

En Chile, la derecha de Piñera, que llegó supuestamente a sustituir la ineficiencia de Bachelet, se ha visto involucrada en una serie de escándalos de corrupción. En Líbano, donde presidente, primer ministro y la jefatura del Parlamento pertenecen por ley a facciones étnicas distintas, los partidos (cristiano, sunita y chiitia) no han sido capaces de responder a las necesidades de una población para la que resolver la crisis salarial y de recolección de basura (entre otras) es más importante que su identidad religiosa.

Para resolver una crisis del modelo económico se necesita una alternativa política; cuando ésta no existe, la gente no tiene más que salir a las calles. Ahí exigirán, no cambios cosméticos, sino una reforma verdadera a un sistema político caduco que es incapaz de corregir un modelo económico que desde hace casi dos décadas todos saben fallido.