En boca cerrada no entran moscas

En boca cerrada no entran moscas
Por:
  • guillermoh-columnista

Hay un refrán que se atribuye a Jesús Reyes Heroles, en el que, refiriéndose a cualquiera que se le va la lengua, se dice que “perdió su oportunidad de quedarse callado”.

Piense usted, estimado lector, en todas las desgracias que han sucedido por culpa de la gente que habló de más: se han declarado guerras, se han destruido matrimonios, se han arruinado empresas. Saber guardar silencio en el momento adecuado es una de los atributos más raros, más difíciles y más admirables que existen.

Los políticos de hoy parecen haber olvidado la advertencia de Reyes Heroles. “El pez por la boca muere” y la pecera pública está llena de peces muy bocones. La secretaria de Gobernación intentó corregir su dislate de la semana anterior, diciendo que era “muy ingenua” en aquello de las redes sociales. El problema no lo causaron las redes sociales. Fue ella misma la que se metió en ese enredo, por su fanfarronería.

Pero ya que mencionamos las redes sociales, podría formularse otra versión del refrán de Reyes Heroles y afirmar que ahora la gente pierde, a cada rato, su oportunidad de no escribir lo primero que pasa por su cabezota. ¡Qué de barbaridades se escriben en línea! Si esas redes fueran, en verdad redes, como las de los pescadores, todos los días capturarían a millones y millones de víctimas de sí mismos.

“Para no errar, mejor no hablar”, decía mi maestra de español en la secundaria. El problema es que se nos enseña a hablar y no a callar. Tenemos la idea de que quienes hablan más son los más inteligentes. Pero se nos olvida que no es lo mismo hablar, que tener algo que decir. Quien habla mucho puede decir muchas falsedades, trivialidades o, sencillamente, babosadas. Lo que importa aquí, como en todas las cosas de la vida, no es la cantidad, sino la calidad. Y a veces, un silencio justo vale más que mil palabras.

Sin embargo, en este mundo en el que todo se litiga, parece que tenemos que estar defendiendo nuestros intereses todo el tiempo, como si estuviéramos en un tribunal. Se nos ha hecho creer que “el que calla, otorga” y, por eso, para que no parezca que concedemos la derrota, nos vemos obligados a perorar sin freno.

Siempre me ha intrigado el voto de silencio que adoptan algunos monjes. Vivir años sin decir palabra me parecía una desgracia: una humillación. Ahora pienso, al contrario, que puede ser una bendición: un alivio.

A lo largo de mi vida he dicho muchas estupideces, muchas mentiras, muchas salvajadas. Me arrepiento más, mucho más, de algunas cosas que he dicho, que de la mayoría de las cosas que he callado. Sin embargo, cuando intento poner en práctica el sabio consejo de Reyes Heroles, casi siempre descubro que ya es demasiado tarde: ya abrí la boca.