La ilusión viaja en tranvía

La ilusión viaja en tranvía
Por:
  • guillermoh-columnista

En una caja de zapatos en la que guardo cosas viejas encontré un disco ovalado de metal color café. Tardé unos segundos en reconocerlo. Era una moneda de veinte centavos, de esas de cobre que circularon entre 1943 y 1974. Hace muchos años, cuando niño, saqué esa moneda del bolsillo de mi pantalón y me atreví a colocarla sobre el riel de un tranvía que pasaba por el rumbo de San Cosme. Junto con mis amigos esperé a que el vehículo amarillo se acercara a la esquina. Se posó lentamente sobre el sitio en donde estaba la moneda. Ahí se detuvo para recoger pasaje. Luego dio la vuelta y se alejó de allí. Yo esperé algunos instantes antes de acercarme a recoger la moneda que había quedado aplastada. La guardé como un pequeño tesoro que recién encontré en el fondo de esa caja.

Pude hacer esa travesura porque en ese momento no me vigilaban mis padres. Mi madre me decía que debía tener mucho cuidado de los tranvías. Escuché muchas historias de inocentes aplastados por esas pesadas máquinas. Las peores anécdotas eran las de los rapaces que se montaban en la cola del tranvía para viajar sin pagar. No había un día en que no llegara al hospital uno de esos niños con la pierna o el brazo amputado. O, al menos, eso es lo que me contaba mi madre para amedrentarme.

Los tranvías que yo conocí fueron del modelo PCC, de color amarillo con franjas verdes, que parecían muy modernos por su línea aerodinámica y su faro en el frente. El interior era amplio y los asientos acojinados. Estos tranvías dejaron de circular hace muchos años.

Los capitalinos menores de cincuenta años ya no los conocieron.

Hace poco fui a San Francisco y cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que ese modelo de tranvía —que en México fue descartado como chatarra— sigue funcionando en aquella ciudad californiana. Mi emoción fue mayúscula. Subí al vehículo sin dudarlo dos veces. ¡Qué preferible es viajar en un elegante tranvía en vez de un inmundo autobús!

La historia de los tranvías en México ha sido estudiada por numerosos autores. Desde los jalados por animales, hasta los modernos PCC, uno podía viajar del Zócalo a todos los puntos cardinales del Valle de México en estos vehículos. Con un boleto se podía ir desde el centro de la ciudad hasta Tacubaya y desde ahí hasta el lejano pueblo de San Ángel. Hubo tranvías de carga

e incluso funerarios.

La red de tranvías de la Ciudad de México fue eliminada a finales del siglo anterior. Que yo sepa, lo único que queda de ella es el llamado tren ligero que va hacia Xochimilco. El resto de los tranvías fueron sustituidos por los autobuses de gasolina que saturan nuestras calles. Estoy convencido de que fue un gran error urbanístico dejar perder el sistema de transporte eléctrico de la ciudad de esa manera.

Tenemos el Metro, es cierto, pero el encanto de los tranvías no tiene parangón. Yo me pregunto si en vez del Metrobús que corre sobre la Avenida de los Insurgentes y otras vialidades no se pudo haber instalado un tranvía ligero que hiciera las mismas rutas.

En otras ciudades —sobre todo en Europa— en donde también se desmanteló la antigua red de tranvías, se han colocado aparatos más modernos que prestan un servicio eficiente.

En un artículo sobre los tranvías de la Ciudad de México es imposible no recordar la hermosa película de Luis Buñuel La ilusión viaja en tranvía. El film cuenta la historia de los mecánicos de un tranvía que va a ser retirado del servicio y que se lo roban para viajar en él por última vez. En su aventura conocen a todo tipo de personajes de la capital. Dan ganas de subirse al tranvía secuestrado por El Caireles y El Tarrajas, interpretados respectivamente por Carlos Navarro y Fernando Soto Mantequilla, y compartir el asiento con Lupita, interpretada por la bellísima Lilia Prado. Viajar sin prisa a todo lo ancho y lo largo de esa celestial ciudad de México. Viajar sin rumbo fijo. Viajar con alegría. Dios mío, ¿sería mucho pedir que me llevaras al cielo

en un tranvía?