¿Venganza?

¿Venganza?
Por:
  • javier_solorzano_zinser

El país se ha construido bajo profundas desigualdades sociales y económicas. Las contradicciones han sido parte de nuestra forma de vida, en medio de una abrumadora concentración de la riqueza.

Se ha vivido entre una infinidad de promesas de justicia y de mejores condiciones económicas para todos. Sin embargo, la realidad, malos gobiernos, promesas incumplidas y la corrupción nos llevan a formas de vida profundamente injustas.

Un gran mérito del Gobierno, más bien de López Obrador, ha sido colocar a la desigualdad económica y social en el centro.

Ha pasado un año de Gobierno y todavía no se tienen elementos para medir la efectividad de las estrategias. Lo que es un hecho, es que el discurso colectivo ha cambiado, porque el Gobierno ha sido enfático en colocar en el imaginario colectivo a los invisibles.

De alguna u otra manera se ha tomado conciencia de una realidad lacerante, la cual se tiene que reconocer que a ciertos sectores de la población les pasaba de largo, siendo que no hay que ir muy lejos para verla, porque estaba, y está, a la vuelta de la esquina.

Al tiempo que, en algún sentido, la sociedad está viéndose en su propio espejo, también nos hemos encontrado ante escenarios que, más que buscar la posibilidad de entendernos en medio de nuestras diferencias, están marcados por algo que podríamos definir como venganza social.

Dicho de otra manera, se está arengando un discurso que lleva a mayor confrontación. Lo que se hace es repetir lo que hemos hecho durante mucho tiempo, pero ahora con otros actores, para que al final, seguramente, lleguemos a los mismos resultados.

Partir de ideas tipo “ahora les toca a ustedes” o “para que vean lo que se siente”, lo único que hace es aumentar diferencias, lejos de conciliar lo que han sido décadas de explicables confrontaciones.

La abrumadora concentración del poder, lo que incluye el discurso, provoca en la sociedad un seguimiento de muchos ciudadanos hacia el Presidente, que lleva a seguirlo como si él personificara la verdad.

Las cosas se vuelven más complejas porque en muchas ocasiones, al mandatario se le interpreta, a la vez que se asumen actitudes, reacciones y expresiones que terminan por alterar los ánimos y la convivencia colectiva.

Como hemos venido insistiendo, en el Gobierno está buena parte de los procesos de conciliación y de un entendimiento colectivo. Hasta ahora han sido muchos los devaneos en este sentido, porque igual se llama a la conciliación, e incluso reconciliación, que se lanzan diatribas con nombre y apellido.

El peso que tiene el discurso presidencial y la interpretación del mismo, por parte de sus furibundos seguidores, puede estarnos llevando a confrontaciones riesgosas. Si bien pareciera estar clara la responsabilidad que tiene el Gobierno, no se puede pasar por alto la responsabilidad ciudadana, la de la crítica, y también la de la muy menguada y casi desaparecida oposición.

Moverse bajo la idea de que el Gobierno se la pasa provocando es perder de vista que ganó las elecciones y que tiene un estilo particular de ejercer el poder; el cual estaría bien que revisara en lo que corresponde a su relación con todos aquellos que le son críticos o que, simple y sencillamente, no le son afines.

En la medida en que avance el sexenio seguramente se incrementarán los problemas y las tensiones. Por más lógico y previsible que sea, lo más importante es cómo vamos a enfrentar lo que viene.

Algo es definitivo: somos una sociedad heterogénea y afortunadamente, esto no va a cambiar. La clave está en qué, sabiéndonos diferentes, sepamos convivir y respetarnos. En esto, la tarea es de todos, pero unos llevan mano.

RESQUICIOS.

A la venta del avión, el Presidente le ha sacado el mayor de los jugos. Da la impresión de que lo tiene medido y que sabe que es un asunto que causa entre morbo e interés. Ya nadie pareciera que se acuerda lo que costó por estar parado más de un año. El turno ayer fue de Trudeau, quien no le entró, porque “el avión es muy lujoso”.