La “H” en el Conacyt

La “H” en el Conacyt
Por:
  • guillermoh-columnista

El anuncio de la próxima directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, la Dra. María Elena Álvarez-Buylla, de que pretende cambiar el nombre de la dependencia y que incluya la palabra “humanidades”, ha generado toda suerte de comentarios adversos.

He leído la opinión de que el Conacyt no debería incorporar a las humanidades porque ello le restaría neutralidad ideológica, objetividad epistemología y rigor metodológico. Quienes afirman lo anterior, ignoran que las humanidades siempre han formado parte del Conacyt. No los culpo. No tendrían por qué conocer ese dato, ya que las humanidades no sólo han estado ausentes del nombre del consejo —la “H” ha estado ausente del acrónimo— sino que han estado marginadas dentro de la propia dependencia.

 

“He leído la opinión de que el Conacyt no debería incorporar a las humanidades porque ello le restaría neutralidad ideológica, objetividad epistemología y rigor metodológico. Quienes afirman lo anterior ignoran que las humanidades siempre han formado parte del Conacyt. La ‘H’ ha estado ausente”

 

Cuando se fundó el Conacyt en 1971, a los humanistas no les importaba su situación en dicho Consejo porque no lo necesitaban. La situación cambió dramáticamente a finales de los años ochenta, cuando los salarios universitarios se derrumbaron y el Conacyt instaló el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), que ofreció un sobresueldo a aquellos profesores que cumplieran con las condiciones impuestas por dicho Sistema. Poco después, el Conacyt ofreció un programa de apoyos a la investigación colectiva en los que se podían obtener recursos para viajes, becas y publicaciones. Fue así que el sitio de las humanidades en el Conacyt se volvió relevante, e incluso indispensable.

Siempre que se otorgan recursos por medio de programas públicos, hay que tener un mecanismo de control de las operaciones y de evaluación de los resultados. En el Conacyt, los criterios que se usaron para medir a las humanidades fueron los de las ciencias.

Sin embargo, por debajo de este proceso de control burocrático se podía atisbar el proyecto de cientifizar a las humanidades, que se intentó imponer de manera global a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. Este programa de cientifización de las humanidades se ha manifestado en el Conacyt de diversas formas —aunque rara vez de manera explícita— en los objetivos de los programas institucionales, en las condiciones que se imponen para el otorgamiento de las becas, en los criterios para evaluar a los investigadores, en los apoyos que se conceden a sus proyectos académicos.

[caption id="attachment_821828" align="aligncenter" width="1128"] EDIFICIO SEDE del Conacyt en la Ciudad de México.[/caption]

A los humanistas se nos ha hecho sentir que la manera en la que trabajamos no es confiable, porque nuestros resultados no son matematizables, carecen de base experimental y no tienen impacto tecnológico. Se nos ha dictado que, si las humanidades no pueden convertirse en ciencias, por lo menos deben adoptar —aunque sea de manera superficial— algunas de sus características: la presentación de las conclusiones en artículos sucintos, el uso del Inglés como lengua franca, la valoración de los textos por medio de programas de impacto cuantitativo, el tránsito del trabajo individual al trabajo colectivo, etc. Sin embargo, ninguna de estas medidas ha elevado el nivel de las investigaciones en humanidades, por el contrario, les ha impuesto una camisa de fuerza.

Además de la resistencia a modificar los criterios internos del Conacyt y de superar el programa de cientifización del conocimiento humanístico, advierto una tercera inquietud entre quienes se oponen a la inclusión de la “H” en el acrónimo del Conacyt.

Lo que se teme es que, así como las humanidades y las sociales dentro del Consejo tuvieron que aceptar la imposición de criterios de las ciencias naturales formales y naturales, ahora sean esas ciencias las que tengan que aceptar la imposición de criterios de las humanidades y las ciencias sociales. Dicho de otro modo, que, así como se pretendió cientifizar a éstas, ahora se quiera humanizar/socializar a aquéllas.

 

“Siempre que se otorgan recursos por medio de programas públicos hay que tener un mecanismo de control de las operaciones y de evaluación de los resultados. En el Conacyt los criterios que se usaron para medir a las humanidades fueron los de las ciencias. Es indispensable organizar un debate”

 

Lo que preocupa es que cuando un grupo de científicos proponga un proyecto, ya no baste que su protocolo esté bien fundado, que la planeación de sus procesos se ajuste a los recursos disponibles, y que el producto final sea económicamente redituable. Además de lo anterior, habrá que considerar si ese proyecto cumple con un conjunto de condiciones éticas y sociales.

Es indispensable que tomemos “el toro por los cuernos” y organicemos un debate público en el que se planteen de manera rigurosa las siguientes preguntas: ¿Acaso la ciencia y la tecnología están fuera del ámbito del bien y del mal?; ¿acaso no pueden juzgarse también desde un criterio de justicia e injusticia social?