La revolución de los chalecos amarillos en Francia

La revolución de los chalecos amarillos en Francia
Por:
  • bernardo-bolanos

Se habla en el mundo de los nuevos líderes populistas (Trump, Salvini, López Obrador, con grandes diferencias entre ellos, claro), pero poco se discute de los electores que los hacen posibles. En su mayoría, los votantes del populismo no vienen de las grandes ciudades conectadas con el mundo, ni de las regiones que sirven como centros de alta tecnología.

Por Trump no votaron en Nueva York, Houston, ni en Silicon Valley, sino en Somerset, Wheatherford y Gatlinburg. Los franceses que protestan contra Emmanuel Macron portando los chalecos amarillos que se llevan en las cajuelas de los autos no viven en el centro de París, Marsella o Lyon, ni siquiera en las banlieues de esas ciudades, sino en poblaciones rurales y periurbanas.

¿El de los chalecos amarillos es un movimiento que podría llevar al poder en Francia, en algunos años, a un populista de izquierda (Mélenchon) o de derecha (Le Pen)? Eso sueñan ya estos últimos políticos. Abundan en las filas del movimiento los jubilados y empleados por honorarios; no hay sindicalizados ni burócratas. Protestan contra los impuestos y contra la desaparición de servicios como el correo y las clínicas en sus municipios.

La opinión pública francesa los apoya mayoritariamente (aunque el vandalismo de algunos miembros haya reducido el porcentaje de 72% a principios de diciembre del 2018 a 56% a mediados de enero). Pero a muchos intelectuales les cuesta aceptarlos porque varias de sus protestas no son “políticamente correctas”: iniciaron contra el gasolinazo aplicado para contrarrestar el cambio climático. Desde un principio, algunos chalecos amarillos se desfogaron violentamente contra comercios, autos particulares y radares de fotomultas. Por si fuera poco, entre las peticiones más populares que se oyen en el movimiento está la abolición del matrimonio gay y del cierre de fronteras a la inmigración indocumentada. Los dos voceros más visibles del movimiento, Eric Drouet y Maxime Nicolle, han simpatizado con ideas y candidatos de extrema derecha en el pasado (aunque ahora aclaren que ya han “evolucionado” de la militancia guiada por ideologías a un supuesto “apolitismo”). Otros chalecos pioneros, como Jacline Mouraud,  perdieron apoyo al anunciar que fundarían un partido político.

La moraleja de los chalecos amarillos para México es triple. Por un lado, muestran que es razonable que el gobierno de AMLO se ocupe de los olvidados por la globalización (el sur de México, las poblaciones rurales). Por otro lado, así como el presidente Macron centralizó el protagonismo político y ahora, en una crisis, todos se dirigen contra él cuando se trata de protestar, así podría ocurrir en unos años en México. Por haber reducido la influencia de gobernadores, diputados y alcaldes, cuando haya episodios de rabia social también se concentrarán contra Palacio Nacional. Finalmente, el despido masivo de pequeños funcionarios de confianza y por honorarios en México, en beneficio de sindicalizados y militantes recomendados, podría contribuir a un movimiento de chalecos mexicanos, pero no amarillos PRD.